La deslumbrante laguna de Bacalar se encuentra a sólo 40 kilómetros de la ciudad de Chetumal, capital del estado de Quintana Roo en México.
También se le llama “La laguna de los siete colores”, sin embargo, quien así la bautizó se quedó corto, porque los distintos tonos de azul que exhiben sus aguas son infinitos y, además, cambian a lo largo del día.
La gama es diferente de acuerdo con la profundidad: las áreas más superficiales esgrimen tonos más claros mientras que en las hondas los matices son más intensos.
En la mayor parte de la península de Yucatán el suelo es calcáreo, lo cual promueve la filtración del agua que alimenta a las numerosas corrientes subterráneas que constituyen el Gran Acuífero Maya.
Este tipo de suelo impide la formación de cuerpos de agua permanentes. La laguna de los siete colores es uno de los pocos que se encuentran en la zona; una muy afortunada excepción.
Desde hace cientos de años existe un enclave a orillas de la laguna al que los antiguos mayas denominaron Bakhalal, que significa “rodeado de carrizos”, después, los conquistadores españoles, lo llamaron “Bacalar”.
Visitar la laguna es una experiencia de vida, las tradiciones mayas afloran entre los pobladores del lugar, que con orgullo y reverencia honran a sus antepasados esgrimiendo una sabiduría ancestral que siempre será vigente.
Cerca de la laguna se localiza uno de los restos arqueológicos más antiguos de la península: Ichkabal, descubierto en 1995. Este extraordinario hallazgo se mantiene cerrado; los arqueólogos afirman que sus dimensiones superan las de Chichén Itzá.
Cuenta con estructuras arquitectónicas de gran tamaño, por lo que se infiere que debió haber sido una ciudad de gran relevancia política.
Ichkabal fue abandonada por motivos desconocidos, aproximadamente en el año 900 de nuestra era. A partir de entonces la maleza se apropio del sitio y enmascaró las monumentales construcciones. Como suele suceder con los restos de la cultura maya, el sitio fue devorado por la selva.
En los años 30 del siglo pasado, el arqueólogo César Lizardi Ramos registró por primera vez aproximaciones a esta antigua urbe. Es probable que hubiera una estrecha relación entre la laguna y la ciudad; no debemos perder de vista el hecho de que, para los antiguos mayas, el inframundo era acuoso y oscuro, allí comenzaba la vida y también descansaban los muertos.
En el interior de la laguna hay varios cenotes, los mayas consideraban sagradas estas estructuras naturales de forma circular, sabían que a través de ellas se llega hasta los canales subterráneos que atraviesan la península, y que ellos consideraban espacios sagrados.
El cenote azul se ubica a un lado de la laguna, el tono ultramarino de sus aguas lo discierne ampliamente de su entorno azul turquesa, su transparencia permite divisar al menos hasta 30 metros de profundidad.
El cenote negro o cenote de la bruja, cuyas obscuras aguas evidencian su inmensa profundidad, asemeja a una piscina circular forjada de piedra dentro de la laguna, las raíces de mangle que recubren parcialmente su perímetro se introducen en el agua adosadas a los bordes de piedra hasta perderse de vista.
La laguna, se esconde tras una pesada cortina de bosques de mangle y pastizales; esto, aunado a sus aguas tranquilas, hizo de ella en el siglo XVII en un escondite idóneo para que los piratas resguardaran allí sus naves. El “canal de los piratas” es un paso natural que une al río Hondo –que desemboca en el mar– con la laguna de Bacalar.
Así era el Caribe en el pasado, plagado de barcos de bucaneros que asechaban a los galeones españoles cargados de oro y otros tesoros. Los piratas en su mayoría eran ingleses, franceses y holandeses. Su interés primordial era el hacerse del oro y la plata.
Para enfrentar la amenaza de los bucaneros, en 1727 la Corona española mandó erigir en Bacalar un masivo Fuerte: San Felipe, que aún ahora ostenta con orgullo 34 cañones y, además, alberga el museo de la piratería, una de las principales atracciones turísticas de la ciudad.
En la laguna de Bacalar existen también estromatolitos: formaciones minerales creadas por organismos microscópicos; estas estructuras datan de hace al menos 10,000 años, sin embargo, se han visto afectadas en años recientes debido al incremento de la actividad humana.
Administraciones anteriores reconocieron el valor natural e histórico del poblado. La Secretaría de Turismo designo a Bacalar “Pueblo Mágico” en 2007.
Hoy es alarmante la necesidad de proteger la laguna, de evitar a toda costa su contaminación.
No debemos dejar a Bacalar en el olvido. Es obligación de todos los mexicanos impedir que obras de infraestructura, cuyo beneficio es cuestionable, pongan en riesgo la preservación de este tesoro natural e histórico.
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