Del elusivo “Barroco” al Centro de Artes y Cultura Contemporánea
Sara Baz

La deriva de los tiempos

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Antes de que anunciaran su apertura, miembros de la comunidad académica y cultural mostramos nuestras reservas: un espacio dedicado al Barroco, fantástico; pero…

Fotografía: Wikimedia.
Fotografía: Wikimedia.

Lectura: ( Palabras)

Antes de que anunciaran su apertura, miembros de la comunidad académica y cultural mostramos nuestras reservas: un espacio dedicado al Barroco, fantástico; pero un espacio sin colecciones, sin identidad, sin relación con su emplazamiento, que despojaría a otros museos y que además no contaría con una estructura normativa, no sonaba como algo pertinente. Vaya, ni siquiera era juicioso seguir adelante si no se argumentaba el recurso al concepto.

Barroco no es algo dado, no es una estructura histórica sino una etiqueta empleada con fines pedagógicos. Seamos honestos: barroco, para la mayoría de la gente, no significa mucho más que algo abigarrado o complicado. No tiene contenido más que en lo descriptivo formal. Tal vez tenga relación con “lo religioso” y con lo que algunos denominan “lo colonial”. Barroco, como concepto, surge a posteriori, desde el racionalismo del XVIII europeo y con carácter peyorativo. Nada más antibarroco que la apariencia que nos entrega el edificio de Toyo Ito, más parecido a su metáfora: un elefante blanco erigido en una zona sin referentes históricos; por momentos se antojaba como una enorme carpa en la que se desplegó un espectáculo que resultó ser elusivo, confuso y efectista: un capricho.

Museo de Arte Barroco.
Fotografía: Designaholic.

Con algunos fragmentos curatoriales bien trabajados en el papel, pero escasamente desarrollados con obra poco adecuada y faltos de integración en un guion lo suficientemente didáctico, la exposición con la que abrió el flamante Museo Internacional del Barroco en 2016 mostraba más intenciones, más pretensiones que ejercicios de reflexión en torno a qué significa esa palabra para nosotros. Todavía se puede consultar su sitio web oficial, mismo que se subió antes de la apertura, pues todos los textos están redactados en futuro. Para tener una idea de la vaguedad, traigo un ejemplo: si uno navega por el sitio, encontrará las características fundamentales del MIB, que “no es un lugar cualquiera, tiene magia”. Al parecer, quienes estuvieron a cargo del proyecto tenían un deseo incontenible de fabricar un espacio de experiencias que se saltara todas las reflexiones académicas que, a ambos lados del Atlántico, numerosos investigadores se han dedicado a producir. No, ¿para qué leer? Basta con ir para encontrar: “Las diversas manifestaciones del arte barroco: lo material y lo intangible; religioso y laico; antiguo y contemporáneo” (http://mib.puebla.gob.mx/es/). Todo eso con una confusa espectacularidad museográfica que se comía la obra, que saturaba al visitante con la sobreabundancia de recursos digitales y con un recorrido caótico gracias a la movilidad que Ito le imprimió a la planta del recinto.

Museo Internacional de Arte Barroco en Puebla.

Para colmo, el MIB jamás tuvo una estructura para garantizar su operatividad: no se tuvo responsabilidad sobre el espacio y sus actividades, no se diseñaron programas públicos, no se actualizó la oferta ni se invirtió en adquirir una colección. Las piezas que conformaron las exhibiciones del MIB provenían de diversos recintos; sin una orientación clara hacia una vocación que hoy está sólo en el nombre y a punto de esfumarse, tuvieron que haber sido devueltas a sus lugares de origen para evitar el trabajo excesivo de sus materiales y garantizar su buen estado de conservación. Ernesto Cortés, el titular de Museos Puebla, declaró recientemente a Excelsior que “Las 57 piezas volverán a sus lugares de origen por cuestiones de conservación, y esos espacios serán ocupados por piezas que se encuentran en la bodega del recinto o de otras colecciones que están en proceso de negociación. Será otro tipo de piezas, ya que en lo sucesivo el museo incluirá manifestaciones contemporáneas e, incluso, obra prehispánica y popular que también puede ser vista con un carácter barroco”. (https://www.excelsior.com.mx/expresiones/museo-internacional-del-barroco-recinto-poblano-de-chile-y-de-mole/1338698). Y es esto último, el “carácter barroco” lo que se sigue repitiendo en la retórica sin reflexión, sin análisis historiográfico y sin razón política.

Museo Internacional de Arte Barroco en Puebla.
Fotografía: TripAdvisor.

En fin, ciertamente, la afluencia de públicos y la captación de recursos por diversos conceptos no fue la esperada y hay que hacer de los espacios algo útil. La cruzada emprendida años atrás rindió frutos mediocres y sus impulsores jamás respondieron a los cuestionamientos de una comunidad que legítimamente quería saber desde qué encuadre metodológico se había planteado la vocación del museo, y si explicaría la pluralidad de visiones que sobre el Barroco existen en la historiografía. No se respondió tampoco sobre el porqué crear un espacio de miles de millones de pesos en lugar de fortalecer la infraestructura de los ya existentes, por qué no restaurar el patrimonio histórico custodiado por iglesias y museos estatales, por qué no invertir en el desarrollo de mejores modelos de explicación de tres siglos que se nos pierden en la ambigüedad de los planes de estudio de la SEP y bajo el peso de la lápida que implica el triunfo de la historiografía de cuño liberal.

En La deriva de los tiempos, el MIB quedó como testimonio del empeño por construir sobre arena la recuperación de un periodo ominoso: no se le quitaría ese carácter por hacer aparecer sus creaciones de manera desarticulada y efectista. Que ahora se dedique a actividades varias y que abra sus puertas a manifestaciones contemporáneas –“igualmente barrocas”, sea lo que eso sea– probablemente se trate de una mejor decisión, pero lo que es cierto es que el proceso transcurrido desde su concepción, las objeciones publicadas por la comunidad académica e ignoradas abiertamente por los impulsores del proyecto, su apertura en 2016 y su cambio de vocación (si es que alguna vez la tuvo) traza una estela gris, como las administraciones federales y estatales que hacen creer a la ciudadanía que sus decisiones, intereses y sugerencias importan; una estela gris y el mal sabor de boca que queda cuando sabemos que en México la relación costo-beneficio de los proyectos y programas públicos nunca nos sale a favor porque el dinero se va por otro lado.

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