Empatía, institucionalidad y redes sociales
A veces, estos tres términos parecen excluyentes, aunque no debieran serlo. Recientemente se hizo una dinámica con emojis. Varios museos se sumaron a ella solicitando a sus seguidores en redes sociales el envío de un emoji a cambio de la imagen de una obra. La idea era empatizar, difundir los acervos… Como éste, miles de ejercicios de comunidad se realizan todos los días, aunque bien es cierto que una percepción errónea de “respetabilidad” institucional a veces obstaculiza el avance de estas iniciativas. En México, sobre todo los museos nacionales que dependen de los institutos encuentran mayores dificultades para dar rienda suelta a la creatividad. Tienen que aparecer en bloque, renunciar hasta cierto punto a su identidad individual y dar noticias esquemáticas y esperanzadoras respecto de su quehacer. Cualquier punto crítico puede ser de alto costo, pero ¿cómo se forma esa identidad de museo? ¿Cómo se desarrolla un vínculo emocional con él a partir de las dinámicas que el propio museo propone?
Uno de los objetivos del staff en cualquier museo es, o debería ser, fidelizar al visitante; si un museo se renueva, si realiza eventos con cierta periodicidad, si se preocupa por generar dinámicas de asistencia en sus redes sociales, es porque le interesa que el visitante perciba al recinto como un ente orgánico, fluido, anclado a su comunidad como un baluarte que está ahí para resguardar lo que le resulta significativo. El público se relaciona con un museo porque asiste a él, porque lo siente una extensión de su espacio personal de disfrute, porque no es un extraño en un sitio público, sino que tiene nombre, apellido, gustos personales, filias que se ven retribuidas por lo que ofrece el recinto: magnificencia y funcionalidad del inmueble, equipo, curaduría, colecciones, actividades. Formar parte de una comunidad es recurrir a un lenguaje común, hablar de los temas de actualidad y utilizar las plataformas contemporáneas sin tener miedo a trivializar los contenidos.
Benedict Anderson escribió en 1983 Comunidades imaginadas (Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism), un libro entrañable para historiadores y estudiosos del nacionalismo. En él se refiere a la comunidad que conforma un país y que comparte símbolos como eso, una comunidad imaginada. Es imposible que todos los miembros de esa comunidad se conozcan, pero los dispositivos de cohesión simbólica que desarrolla una nación son tan fuertes y eficaces que se genera un sentimiento de unidad, identidad y pertenencia. En un capítulo habla del censo, el mapa y el museo como elementos de producción de esa identidad al ser los encargados de representar y construir a la comunidad. El museo se “gana” el respeto y el amor del público por lo que conserva, cierto, pero no es sólo eso, pues si no se dinamiza y se involucra con el visitante, pronto cae en el olvido y no se convierte en un sitio al que hay que acudir porque resuelve algo, como la necesidad de disfrute, de belleza, de conexión estética.
Hago esta digresión porque, en gran medida, los museos hoy en día se dinamizan y construyen su identidad valiéndose de diversas estrategias, en las que las redes sociales y su sitio web juegan un papel preponderante. Sin embargo, cuando la libertad de construirse no está a la mano, el staff tiene que idear maneras de comunicar, de tender puentes para brindar la imagen de dinamismo, cercanía y para eliminar la distancia que impone el acartonamiento.
Un sitio web funcional, un catálogo en línea a disposición de todo el mundo hoy ya no son motivo de orgullo: a ver señores, a lo que me refiero es que no es ninguna proeza, es lo menos que se debe ofrecer. Los recursos de búsqueda hiperespecializados son útiles para quien sepa usarlos, los investigadores los agradecen pero el resto desea algo más sencillo, atractivo visualmente y, sobre todo, que se pueda compartir. Que encuentren la imagen de un objeto querido de manera fácil. Lo que individualiza a un museo se va perfilando a medida en que se define una política de exposiciones, una política de atención, una estrategia de acercamiento a la comunidad mediante diversas actividades y, por supuesto, el tono, el carácter que se genera en las redes y que le imprime una identidad al recinto.
Mientras más verticales sean las iniciativas, más lejos estamos de cambiar la percepción del público sobre el museo como un recinto solemne, con voz de autoridad única y al que se va a “aprender”. Claro que se aprende, pero se aprende significativamente cuando se generan ejercicios de resultados sorpresivos, cuando se pierde el miedo a interactuar y cuando la institución no se muestra pretenciosa sino integrada a la comunidad a la que sirve. ¿Cuál es, en última instancia, el objetivo de un museo frente a sus públicos? Crear representaciones simbólicas en conjunto con ellos.
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