Michel Serres
In Memoriam.
Tan asombrosamente antiguo. Tan elusivamente nuevo. Lo demasiado antiguo, lo extraordinariamente nuevo. El mundo que nos rodea y sus inmensas posibilidades tecnológicas.
Cada vez menos nuevas, pero no por ello menos sorprendentes, las tecnologías asociadas a la información y la comunicación ha modificado radicalmente nuestra manera de relacionarnos con las cosas y unos con otros.
Días atrás murió Michel Serres. Francés. Filósofo e historiador de la ciencia. Había nacido nueve años antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial en 1939. Un niño de la guerra. Un niño zurdo, sensible y excepcionalmente brillante.
Tenía 88 años al momento de morir. ¿Poco? ¿Mucho? Dependerá siempre de aquello para lo que la vida se use. En el caso de Serres, cuan breve como intensa su curiosidad.
Hace cuatro años, en 2015, sabiéndose enfermo, Serres publicó una autobiografía poco común. Lo es desde el propio título: Figuras del pensamiento. Autobiografía de un zurdo cojo.
En el entrecruce entre historia de la ciencia, filosofía, educación y una pluma poética, Serres era un convencido de las posibilidades que esta era abre para usar algo más que el 20 o 25% de nuestro cerebro, como ha ocurrido en la historia. “Despertemos”, clamaba en una entrevista a Le Monde en el lejano 2001.
“Está todo por volver a hacerse”, asegura en Pulgarcita, el volumen que dedica a su nieta y la generación de ésta, “queda todo por inventar”, celebra. No como el hombre de 83 años que era entonces, sino como aquel que agradece la vida en él y en quien la vida florezca.
No siempre, sin embargo, el entusiasmo de Serres fue compartido. Él mismo da cuenta de ello. Relata: “En los años 1960 los filósofos se escandalizaron cuando dije que Hermes remplazaría a Prometeo. Es decir, que la sociedad de la comunicación remplazaría a la sociedad de la producción. He tenido que esperar mucho tiempo, entre quince y veinte años, para que eso ocurra. En la época en que elaboré mi informe sobre la enseñanza a distancia, no pensaba que tales técnicas se desarrollarían tan rápidamente”.
Serres no habla conjugando en futuro, sino en presente. El cambio ocurre ya. Es la sociedad toda la que se transforma, ya, de modo acelerado.
Luego, hace un paralelismo con la invención de la escritura, primero, y con la invención de la imprenta, después: “se ven afectadas casi las mismas zonas de la sociedad: nuevas formas de democracia, nuevos derechos, nueva pedagogía. Son las prácticas sociales de este tipo las que me parece van a transformarse. Es más, ya están siendo transformadas”.
Por regla de lo escaso, el pensamiento brilla. Pensar es lo escaso. “Pensar es atrapar lo escaso, descubrir el secreto de lo que tiene una suerte inmensa e infrecuente, contingente, de existir o de nacer mañana”.
El problema, pues, no es el medio, sino abandonarlo, abandonarse, acomodarse a lo que se multiplica como repetición inclemente e incansable de lo mismo sobre lo mismo.
¿Falta de imaginación? Sin duda, afirmará Serres. De audacia. De atrevimiento a estar exigentemente vivos. Las herramientas, lo que la edad digital nos brinda, los artefactos, están ahí, como nunca al alcance de cada vez más personas.
Ir tras lo escaso. Al reencuentro, inédito, de lo antiguamente nuevo. Para quien arguye en contra de lo digital, hace ver Serres: “Las nuevas tecnologías tienen dos características. Son demasiado antiguas en sus objetivos y alcances, y extraordinariamente nuevas en sus realizaciones”.
Del Big Bang a la generación de los nativos digitales, vivimos, somos parte de un tiempo universal. Relámpago. Síntesis.
Hacia el final de su peculiar autobiografía, sorprendido de que sus edificios coloniales se hallen sobre restos de antiguos templos, impresionado de su condición de urbe que en una zona altamente sísmica navega sobre restos de un lago, Serres dedica un pasaje a la Ciudad de México.
Habito como ella ese resto lábil de tiempo; metido en un rincón entre los siglos de los siglos, me alojo en la misma inclinación frágil, suspendido por el péndulo e inquieto por el mismo desvío, me contengo para no deslizarme antes de ahogarme en la compacidad de la arcilla; mis muros se rompen, mi cúpula se agrieta: habito esta nave y participo del vértigo de su batalla vital…
Vivir exige pensar, dirá enfático este Serres lleno del brío que siempre fue él mismo. La alegría de pensar, la experiencia más vívida de ese misterio insondable y eterno que seguirá siendo el flujo del tiempo. “Cada pensamiento viene de todas partes y allí vuelve”.
Pensar es inventar. Inventar un mañana. Pobre de aquel que en su dureza, no halla cómo acomodarse a esta edad donde la fluctuación es lo común.
Multiplicidades fluctuantes, nos dice Serres. El anticipado, mensajero del futuro hecho presente. El enviado del tiempo.
El relámpago gobierna el mundo, recupera Serres a Heráclito. El relámpago no es los anteojos con que se mira, ni el telescopio con el que se anuncia, ni tampoco la cámara con la que se fotografía.
El relámpago es la experiencia.
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