Un reciente estudio publicado el pasado 5 de julio por la revista Science, sugiere reforestar 900 millones de hectáreas a escala planetaria como una respuesta apropiada para combatir el cambio climático y reducir el incremento de las temperaturas. Desde la Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), han sugerido reiteradamente el potencial de los bosques como herramientas “naturales” para atacar el problema.
En un principio, creo que la actual situación climática es de proporciones ciertamente apocalípticas, en tanto la variabilidad en las condiciones del tiempo son evidentes; desde poblados acostumbrados a la agricultura de subsistencia (y que a raíz de la ausencia de lluvias se ven obligados a “abandonar” sus países y emigrar para buscar opciones que no tienen en sus territorios –ya que en los últimos meses, desde la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, estiman y advierten que desde 2008 un aproximado de más de 22.5 millones de personas han sido desplazadas por eventos climáticos extremos o relacionados con el clima–); hasta los trágicos episodios de personas que fallecen debido a lamentables “golpes de calor” en países como España (se evalúa que unos treinta adultos mayores mueren en el país cada verano debido a tal situación).

Creo que se hace imperativo que desde los microespacios (familia y comunidades), hasta los macro espacios (gobiernos nacionales, industrias transnacionales y organismos globales) se inculque un “amor a la naturaleza”, en tanto las distracciones o los “pecados” por omisión, han permitido hasta éste momento un deterioro gradual del medio ambiente. Es la llamada “responsabilidad compartida”. Un nuevo término surge en este contexto y forma parte de la comunicación cotidiana contemporánea, los llamados “refugiados climáticos”.
Indiscutiblemente, el sistema educativo en sus diferentes niveles juega un papel trascendental en la persuasión “cívica” para la conservación de los recursos medioambientales y revertir la catástrofe que se ceba particularmente con las personas más vulnerables, en los aspectos económico y social (debido a la falta de infraestructuras tecnológicas, destrezas resilientes para afrontar panoramas como este, y el “olvido” del que son objetos por parte de las cúpulas políticas en la gestión de medidas geolocalizadas para resarcirse de los daños ocasionados por este fenómeno universal).
Por otra parte, las industrias contaminantes podrían cumplir mejor sus prerrogativas contemporáneas de “responsabilidad social” al buscar técnicas de trabajo y de explotación del material forestal, armoniosas con el entorno y respetuosas del derecho de tercera generación relativo a un ambiente sano.

Todos estamos llamados a poner nuestra parte en el ejercicio cotidiano de mantener los sistemas ecológicos sustentables y ser promotores en la construcción de una “democracia verde” (el empoderamiento y sensibilización de espacios nacionales dinámicos para consensuar y activar iniciativas sostenibles, orientadas a la construcción de un futuro común que permita construir nuevos y renovados esquemas de vida en sociedad).
En conclusión, el desafío heredado del cambio climático implica dialogar con franqueza y –tomando en cuenta la evidencia empírica y científica– actuar en consonancia para detener el deterioro en las condiciones de vida ecológica y socioeconómicas de amplios estratos de la sociedad global, amenazada por la “rebeldía” de la naturaleza, que resiente ahora más que nunca, las progresivas afectaciones a su materialidad, mismos que devienen en los actuales y devastadores ciclos climáticos que cambian abruptamente geografías locales y estructuras familiares debido a la pauperización de vidas comunitarias.
PD. De acuerdo con datos periodísticos, la masa forestal recuperada serviría para almacenar hasta 205 gigatoneladas de dióxido de carbono, CO2 el central responsable de efecto invernadero. Cifras del diario El País recuerdan que la actividad del ser humano causa emisiones anuales de alrededor de 40 gigatoneladas de CO2. Refieren que “la mitad de esos gases se concentra en la atmósfera y contribuye al calentamiento global: el otro 50% es absorbido y almacenado por océanos y bosques”.