Laberintos, la memoria digital en juego
Antonio Tenorio

Innovación, Tecnología y Sociedad

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No es ése el único laberinto al que se enfrenta este gráfico bidimensional que concentra, como se ha visto, menús, correos electrónicos, enlaces a sitios web…

Imagen: ShutterStock.
Imagen: ShutterStock.

Lectura: ( Palabras)

Bibliotecas infinitas. Jardines palaciegos. Casas de espejos. Cercos para el monstruo. Torturas de la mente. Metáforas de la identidad. Desafíos visuales. En planos distintos y formas múltiples, el laberinto, metáfora de tantas cosas, permanece.

Materia de la filosofía, tropo recurrente de la literatura, referente continuo de la poesía. Como todo enigma que causa temor y fascinación, el laberinto se halla intrínsecamente unido a lo humano.

“…He olvidado/los nombres que antes fui; sigo el odiado/ camino de monótonas paredes/ que es mi destino. Rectas galerías/ que se curvan en círculos secretos/al cabo de los años”, escribe Borges en uno de sus poemas más conocidos, titulado, justamente, “El laberinto”.

Mas si en Borges el laberinto es transfiguración del tiempo, en Quevedo es declararse preso del amor, en tanto para Saramago es paradoja en la que “En mí te pierdo, insisto, en mí te huyo…En ti me venzo y salvo, en ti me encuentro”.

Entre lo que es y no es, entre lo que parece y lo que es simple simulacro, entre las pistas falsas y las verdaderas, los laberintos se dibujan una y otra vez.

laberinto
Imagen: Behance.

En los caminos de multiplican en forma de jardines siniestros en abandonados hoteles, como propone Kubrick en El resplandor, o en bibliotecas diseñadas para confundir al impertinente buscador de conocimientos, como refigura Eco magistralmente en El nombre de la rosa.

Detrás de la abrumadora estela de formas que ese juego de formas que es el laberinto toma, se halla, quien puede dudarlo el primero de todos ellos, al menos en cuanto al eco de su significación cultural: aquel que construyera Dédalo, el gran arquitecto ateniense, para recluir al minotauro, monstruo temible.

Entre las tantas repercusiones, de toda índole, que la pandemia ha tenido sobre nuestro tiempo, asoma una cuyo protagonista, el llamado Código QR, remota acaso de manera inconsciente a una arquetípica reminiscencia del dibujo de un laberinto.

Fuera así, o no, lo incuestionable es que este tiempo de crisis sanitaria ha encontrado en el QR a un inesperado aliado para efectos de certificación y control de los desplazamientos humanos.

codigo QR
Imagen: Educación 3.0.

Luego de más de dos décadas y media de historia titubeante, en la que no pocos lo tildaron de inútil o molesto pues para que un smartphone lo lea es necesario bajar una App especial, parece haber llegado el momento estelar del Quick Response.

Conocido mundialmente por su abreviatura QR, debemos al ingeniero japonés Masahiro Tanaka esta forma de transmisión de datos surgida en 1994, mientras su inventor jugaba un juego de mesa compuesto de fichas negras y blancas.

Entre las formas del tablero, Tanaka visualizó una herramienta capaz de almacenar mayor información que el ya bien conocido para entonces Código de barras.

Lo que Tanaka no pudo prever, desde luego, es que muchos años más tarde sería una crisis sanitaria de proporciones planetarias la que impulsaría su propuesta de un modo abrumador.

De una parte, como se ha dicho, el QR se ha tornado en una herramienta esencial para confirmar si las personas han recibido ya la vacuna Covid y, con ello, pueden entrar a establecimientos o hacer uso de servicios.

Código QR
Imagen: Enutt Comunicacion.

Por la otra, la expansión urbi et orbi en el uso de esta suerte de laberinto digital impreso en las pantallas de los celulares, es la estrella de eso que el comercio, especialmente los restaurantes, llaman “pago sin contacto”.

Pero no sólo son pagos. El impacto que el uso del QR puede tener se extiende a reservas de mesas en restaurantes y bares, además de un uso más extensivo para funciones de cine, teatro o acceso a museos.

Además de la multiplicación exorbitante que en materia de pedidos ha tenido el uso del QR. Ya sea que lo que se pida sea una pizza, una licuadora, un libro o un centro de lavado completo.

Resultará así cada vez más frecuente encontrarse con sitios en los que el registro de los comensales, la revisión del menú, la orden a la cocina y el pago se realicen sin contacto con otra persona, es decir, a través del intercambio de información mediante QR.

¿Qué repercusiones en materia de reducción de personal tendrán estas soluciones integradas, en las que desarrolladores trabajan con ahínco? No está del todo claro aún.

laberinto en la ciudad
Imagen: Jane Lee.

Hay quien calcula que a partir de la implementación masiva de estas soluciones donde el énfasis está puesto en la comunicación móvil y la disminución del contacto físico, la reducción de personal en restaurantes podría disminuir en hasta en un 50%.

No es ése, sin embargo, el único laberinto al que se enfrenta este gráfico bidimensional que concentra, como se ha visto, menús, correos electrónicos, enlaces a sitios web, documentos como boletos o actas de nacimiento o certificación.

En su mayor fortaleza reside también la mayor debilidad, riesgo le llaman no pocos, del uso masivo y casi indiscriminado del código QR: la seguridad de los datos que se comparten, particularmente de los datos personales.

No poca cosa si en el centro de ese laberinto digital, concentrador de memoria vuelta datos personales, habita un monstruo habituado en devorar lo que encuentra.

Identidades.

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