Recientemente me vino a la mente la imagen de una persona caminando por las calles de Harare, la capital de Zimbabue, empujando una carretilla de construcción “copeteada” de fajos de billetes, el tipo con una sonrisa comentó que ese dinero le alcanzaba tan sólo para comprar un café.
No existen cifras oficiales recientes de la economía de este país africano pero las estadísticas del Banco Central indican que la inflación alcanzó un nivel estratosférico de 231 millones por ciento en 2008. En aquella época, Zimbabue decidió abandonar su moneda, el dólar zimbabuense, cuando cotizó a una paridad de 35,000 millones de millones por un dólar estadounidense.
Ahora, el Banco Central se encuentra retirando los billetes de 100 trillones de dólares (100 millones de millones como lo manejamos en México), que equivalen a 5 dólares de Estados Unidos, tras haber perdido todo su valor. Estas cifras son simplemente incomprensibles y reflejan el desastre de esa economía que en 1998 registró una inflación de 30%, lo que destaca la importancia de contener este fenómeno de la escalada de precios desde sus inicios, con decisión y con todos los mecanismos disponibles de política fiscal y monetaria.
Cuando pensábamos que estos procesos de hiperinflación en el mundo, más allá de Zimbabue, habían quedado atrás, nos encontramos con un caso mucho más cercano, real y actual: Venezuela. Este país que llegó a tener un gran potencial de crecimiento por sus altas reservas petrolíferas, hoy se encuentra en un estado de desastre derivado de años de políticas económicas populistas e irresponsables.
Estas medidas han implicado la afectación del Estado de Derecho vía la expropiación de compañías privadas para ser entregadas a los trabajadores y posteriormente cerrar sus puertas. Esto ha ahuyentado la inversión y fomentado la paralización de la actividad productiva, lo que ha derivado en desabasto y una inflación galopante.
El FMI (Fondo Monetario Internacional) estima que el PIB registrará una contracción de 18% en 2008 con una inflación de 1,000,000%. En abril, el mismo organismo financiero internacional estimaba que la inflación sería de 13,800%, lo que acentúa la velocidad con la que se está deteriorando la economía venezolana. En este mismo sentido, cabe destacar que el salario general es de 1.5 dólares al mes, cerca de 5 millones de bolívares, lo que no alcanza ni para comprar un litro de leche o una hogaza de pan.
El dinero se ha convertido prácticamente en basura, a tal grado que los artesanos usan los billetes para tejer bolsas, que es lo único que le da cierto uso al dinero en ese país. Durante la época de Maduro el PIB ha caído 50%; es decir, el país vale la mitad de lo que valía cuando murió Chávez, quien dejó igualmente una economía ya mermada.
No hay servicios públicos ni sanitarios y los hospitales han dejado de operar, no hay empleo y la gente no puede obtener lo mínimo indispensable para subsistir, lo cual ha desatado un éxodo de proporciones bíblicas. La crisis humanitaria en Venezuela es ya un factor de riesgo a nivel mundial y las posibilidades de lograr una salida pacífica se aleja ante la necedad de la clase gobernante de aferrarse al poder.
De acuerdo con el Banco de México, la inflación a la primera mitad de agosto fue de 4.81%, por encima del objetivo de 3% +/- un punto porcentual. Las autoridades financieras mexicanas han sido muy estrictas en cuanto al control de la inflación se refiere, no sólo porque la experiencia a nivel global ha sido catastrófica en términos del impacto regresivo de la inflación sino también porque internamente ya vivimos un fenómeno de incremento en precios que amenazó con convertirse en hiperinflación.
Al cierre de 1987, y como resultado de una serie de desequilibrios macroeconómicos, el crecimiento anual del Índice Nacional de Precios al Consumidor fue de 159.2%, el mayor incremento en la historia de México, lo que puso en evidencia el peligro de que nuestro país se enfilara a una hiperinflación que hubiera puesto en entredicho la viabilidad de la economía mexicana.
Los últimos años de la década de los 80 fueron difíciles no sólo para México sino también para muchos países alrededor del mundo. En Latinoamérica se registraron severos casos de hiperinflación que dejaron como enseñanza lo peligroso de los componentes inerciales y los costos de no actuar con rapidez en el combate a este fenómeno que amenazaba el desempeño de la economía de la región.
En Brasil, por ejemplo, se registró un incremento anual de los precios cercano a 300% a principios de 1986; posteriormente, aumentó a casi 500% en 1987, para finales de 1988 la variación anual superó 1,000% y en abril de 1990 la inflación anual rebasó 6,500%.
En el caso de Argentina, el incremento fue aún más explosivo: la inflación anual alcanzó niveles de 1,000% en mayo de 1985. En 1989 se incrementó a 10,000% y en marzo de talla para lograr un mayor 1989 la inflación anual superó 20,000%. Sin lugar a duda, la batalla para lograr un mayor progreso económico tenía que darse en el terreno de la lucha contra la inflación.
México aprendió la lección, y después de la instrumentación de una serie de programas que se conocieron como Pactos de Solidaridad Económica y sus versiones subsecuentes, pudo revertirse la tendencia de los precios hasta lograr una inflación de 7% en 1994.
Es cierto que en 1995 tuvimos un severo rebote en los precios derivado de una serie de eventos que afectaron el patrimonio de las Reservas Internacionales del país, situación que obligó a transitar del régimen cambiario de bandas de flotación a uno de libre mercado en donde la oferta y la demanda de dólares determinaran el precio de la divisa.
El tránsito a un esquema de libre flotación ocasionó una devaluación de 100% del peso frente al dólar, y esto a su vez derivó en una variación en los precios de 50% al cierre de 1997. Más allá de este episodio, México ha tenido la virtud de mantener bajo control y en niveles de un solo dígito la variación de los precios.
Desde hace muchos años, la inflación en México ha dejado de aparecer en las primeras planas de los periódicos, por lo que podemos decir que es una prueba superada. Sin embargo, esto no quiere decir que no deba atenderse con oportunidad; lo que está sucediendo en Venezuela es un recordatorio de que no debe bajarse la guardia, toda vez que la inflación es el impuesto más regresivo que puede enfrentar una sociedad.
Hoy Banco de México es una institución autónoma y con un mandato constitucional claro: proteger el poder adquisitivo de la moneda nacional, ésta es su principal contribución al crecimiento económico del país.
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