Ficción científica, llama John L. Custi a ese género sobre el borda. Confluencia entre imaginación y certeza, entre lo constatable y lo que pudo ocurrir; y en medio, acaso un gozne, el pensamiento científico.
Si Pirandello, allá por 1925, puso a cinco personajes a buscar a su autor, Custi se vale de la suposición para colocar a sus propios cinco personajes en torno a una mesa, en una cena que, si bien no ocurrió, pudo haber sucedido.
En el vértice del amanecer de una nueva era, entre emociones y tumultos, característicos de esos tiempos de transición, dice Custi, cinco personalidades claves en lo que será el pensamiento por venir son convocados a un diálogo imaginario pero probable.
Como El Quinteto de Cambridge ha decidido titular Custi a esta brillante exploración en torno a las vidas y las ideas de Alan Turing, padre de la informática moderna; J.B.S. Haldane, genetista y matemático; Erwin Schrödinger, físico y Nobel por sus aportaciones en mecánica cuántica; Ludwig Wittgenstein, filósofo y lingüista notabilísimo; y, finalmente, C.P. Snow, físico, funcionario y ensayista, quien a la postre resulta ser quien convoca a los otros cuatro a la cena en la que se encontrarán.


“El conflicto que aquí se examina”, escribe Custi en las palabras preliminares de su libro, es un conflicto de ideas que opone a Ludwig Wittgenstein y Alan Turing a ambos lados del problema: ¿Es posible que una máquina piense?”.
Es el mismo Custi quien explica que “una cena ficticia es un buen lugar de reunión para especular sobre el modo en que estos dos titanes podrían haber debatido el asunto”.

Se trata también de “intercalar de vez en cuando las ideas de los demás pensadores presentes en la misma en una panoplia de temas conexos sobre la naturaleza de la cognición humana y el pensamiento mecánico”.
En la idea del texto subyace desde luego el aserto de que “el nacimiento de esa disciplina que ahora llamamos Inteligencia Artificial”, encuentra buena parte de su cimiente en el pensamiento y realizaciones de las inteligencias convocadas a esa cena colocada por la imaginación de Custi en el verano de 1949.
Ese contexto, el de una conversación que fluye, se desvía, retrocede o se bifurca, la cuestión central será cómo la transición entre una era y otra coloca certezas, lenguajes, creencias, posturas en una situación telúrica en la que, como se ha repetido tantas veces, lo anterior no ha terminado de marcharse y lo nuevo no emerge aún del todo.

El cisma, afirma Custi, inició en 1935 cuando de un lado y otro del Atlántico, dos muy brillantes jóvenes estudiantes debatían en sus propias universidades sobre problemas de lógica matemática.
Los protagonistas, Alan Turing, formado en el King´s College de la Universidad de Cambridge, y John von Neumann, egresado de Princeton, sumarían sus esfuerzos hacia mediados de la década de los 40 en el proceso de llevar los conceptos abstractos de cálculo y de lógica matemática a las primeras máquinas de lo que hoy llamamos computadoras.
Turing y von Neumann logran ir más allá de las evidentes ventajas prácticas de estos nuevos artefactos, para colocarlos en el horizonte de una verdadera revolución científica.

El comenzar a inquirir sobre el potencial de estas nuevas máquinas “para realizar muchas de las tareas que hasta entonces se habían considerado del dominio exclusivo de los humanos”, como dice Custi, marca el punto de no retorno.
La conformación de máquinas, de aparatos, abrirá paso para un hecho aún más determinante: la postulación de nuevas ideas, nuevos puntos de referencia, nuevas preguntas sobre cuestiones antes incuestionables.
“La existencia de estas ‘máquinas computadoras’ despertó una plétora de enigmas psicológicos, filosóficos, sociológicos y lingüísticos clásicos sobre la esencia de la naturaleza humana que siguen siendo tan recientes y oportunos como aquel día decisivo en que Alan Turing inventó su ‘Máquina de Turing’”, escribe Custi.

Entre ese aluvión de nuevas preguntas sobresale, por supuesto, la que cuestiona si en algún momento el propio ser humano será capaz de crear una máquina con la capacidad cognitiva humana.
Pero aún más. Si así fuera, lanza Custi el dardo, ¿estaríamos entonces frente a la disyuntiva de otorgarles a las máquinas derechos que han correspondido únicamente al dominio humano?
Porque siguiendo lo que plantea El Quinteto de Cambridge lo que el surgimiento de las “máquinas pensantes” que prefiguraron Turing y von Neumann coloca en el centro es una cuestión de mayor calado todavía: ¿Qué hace que el pensamiento humano sea humano?, ¿qué tiene de especial?

El cuestionamiento, como se ve, se adentra en los territorios de descifrar qué entendemos por pensar, por humano o por máquina. Es decir, transita por los corredores que son, han sido, históricamente tierra fértil de la filosofía.
Alrededor de una mesa imaginaria cinco inteligencias excepcionales dialogan. Imaginación y diálogo sobre la posibilidad de que las máquinas piensen como humanos.
Imaginar y dialogar, acaso sobresalen como las dos capacidades indispensables e indisolubles para identificar a las máquinas que pretenden pensar como personas.
Mas no lo son menos de aquellas personas que insisten en pensar como máquinas.
También.
El pensamiento humano trae una carga genética y emocional que siempre será ajena al pensamiento de cualquier tecnología, sin embargo la inteligencia artificial no deja de atemorizar, nadie quiere ser desplazado por una máquina.