¡Qué rico el Mambo!
Gerardo Australia

Historias para recordar

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Desde joven, Miguel Alemán Valdés, nacido en Veracruz en 1900, fue simpático, amiguero, hiperactivo y supo rodearse de gente con ambición. Recordando las palabras que su padre, el general revolucionario Miguel Alemán González le dijo antes de suicidarse…

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La verdad sea dicha: “nunca hemos tenido presidentes que sean buenos bailarines”. Que nos hayan bailado sobran, pero que sean prestos para el danzón, la cumbia, el mambo o ya de perdida para el Boogie Woogie, nunca. Desgraciadamente no es requisito para el puesto.

Sin embargo, hemos tenido sexenios que han sido zangoloteados por la fiebre del baile. Uno de ellos fue el Alemanismo (1946-52), donde el baile formó parte importante de esa tan proyectada prosperidad nacional que se vivió.

Desde joven, Miguel Alemán Valdés, nacido en Veracruz en 1900, fue simpático, amiguero, hiperactivo y supo rodearse de gente con ambición. Recordando las palabras que su padre, el general revolucionario Miguel Alemán González le dijo antes de suicidarse (“Elige una profesión más estable que las armas”), decidió estudiar abogacía y junto con un grupo de amigos fundó un despacho que le dio el respaldo económico necesario para comenzar lo que fue el negocio de su vida: la urbanización.

El grupo adquirió extensos terrenos colindantes a la capital, viejas haciendas derruidas compradas a precio de oportunidad que se convirtieron en magníficos desarrollos inmobiliarios. Fue así que, por ejemplo, el viejo rancho de Polanco (nombre de un río que cruzaba la zona) se convirtió en una lujosa zona residencial. De ahí fraccionaron grandes extensiones de tierra que iban desde los llanos de Anzures, hasta la Hacienda de Los Morales, todo aquello antaño propiedad de la princesa Tecuichpo, hija mayor de Moctezuma. Esto le dio a Alemán, en sus palabras, “la seguridad necesaria para proseguir libre de presiones mi carrera política”, ambición que culminó con su llegada a la presidencia en 1946.

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Isabel Moctezuma, Tecuichpo (1510 – 1551) (Imagen: http://mexicolindoyquerido.com.mx).

Con Alemán la Revolución se bajó del caballo para andar en Cadillac. De sonrisa contagiosa, siempre optimista y rodeado de amigos (fue el mejor caudillo del cuatismo), supo conciliar obreros y caciques, sindicatos y líderes charros. Comenzó la época donde el presidente no era mandatario, sino rey, y si él preguntaba la hora se contestaba: “¡Las que usted guste, señor presidente!”.

El club de amigotes alemanistas se apoderaron del país, pero también lo hicieron crecer en todos los sectores, desde el industrial hasta el hotelero. De esa manera se creó una fuerte clase media. En ningún periodo de nuestra historia hubo tanto crecimiento demográfico como en éste. Por eso, en 1949 se estrenó en México la primera vivienda vertical multifamiliar (en lo que hoy es Eje Félix Cuevas) llamada, ¡faltaba más!, “Miguel Alemán”, diseño del arquitecto Mario Pani: “para qué hacer una si se pueden hacer mil… pa’arriba”.

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Multifamiliar Miguel Alemán, 1949 (Foto: www.arqred.mx).

De igual manera sucede el triunfo de la llamada Época de Oro del cine mexicano. Pero el gusto del público deja de ser el drama lacrimógeno del ranchero de buen corazón, para pasar a temas más picantes, como el de las rumberas o exóticas: mujeres que no se avergüenzan de sacudirse la modestia a ritmo de bongó, bellezas que evocan lugares exóticos que elevan la temperatura pasional los espectadores. Las tortas de piernón loco se ponen de moda.

La máxima exótica del alemanismo fue Yolanda Montes, Tongolele. Esta estadounidense, originaria de un pueblo rural del estado de Washington (Estados Unidos), llegó a México gracias al cantante cubano Miguelito Valdés, Babalu, quien vio en la bailarina de ascendencia sueca, española y tahitiana, a la verdadera diosa pantera. Valdés la trajo a México con un sueldo de $70 pesos al mes, de los cuales $30 eran para los dos tañedores de bongó que la acompañaban sin hacer mucho esfuerzo.

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Yolanda Montes “Tongolele” y Germán Valdés “Tin Tan”.

Y mientras tanto, la sociedad, pese a ser una época de registros mochos, se divertía bailando el nuevo ritmo del alemanismo: el Mambo.

Mambo, en lengua kikongo (África central) significa conversación con los dioses. Se trata de un delicioso coctel de raíces musicales africanas y españolas. El mambo “comercial” se dio en Cuba en la década de los treinta del siglo XX. De ahí pasó a Nueva York donde causó furor.

Sin embargo, quien verdaderamente lo llevó a su máxima expresión fue el cubano Dámaso Pérez Prado, alias cara’e foca, quien al género le sumó percusiones, batería e instrumentos de metal con un tratamiento jazzístico a la Glenn Miller. Hijo de una maestra de escuela y un periodista, Dámaso se mudó a la Habana en 1942 para vivir como pianista. Ahí comenzó a jugar con la idea de mezclar ritmos afrocubanos con el swing americano.

Pérez Prado llegó a México en 1948 y formó su banda en el prestigiado Club 1-2-3. Al año siguiente obtuvo un contrato disquero con la RCA, donde grabó sus famosos éxitos Mambo No.5 y Qué rico el mambo. Pero el acertado golpe mercadotécnico lo dio cuando mexicanizó sus piezas musicales, personalizándolos: mambos para bomberos, periodiqueros, taxistas, politécnicos y hasta para las chicas ricas que bailaban al compás de La niña popoff.

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Dámaso Pérez Prado (1917 – 1989) (Foto: www.eitmedia.mx).

El mambo era un baile explosivo y jovial que requería condición física. Además los participantes no se conformaban con sacudir el esqueleto, también montaban verdaderas pantomimas coordinadas de acuerdo al motivo del mambo; por ejemplo, el Mambo de los taxistas era aderezado con imitaciones de recios volantazos de izquierda a derecha.

Los mambos de Pérez Prado traspasaron fronteras y también causaron escándalo, como en Perú, donde el entonces cardenal de Lima, Juan Gualberto Guevara, llegó a negar la absolución a todo aquél que “bailara ese ritmo lascivo”. En su novela Ciudad de Perros (1962), el escritor Vargas Llosas no falta de alabar el mambo. La popularidad del ritmo hizo que la firma Sony, en Japón, desarrollara el primer radio portátil de amplitud modulada operado por baterías, usando un mambo de Pérez Prado como plataforma de venta.

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“Mambo no. 5”, disco de vinilo de Pérez Prado y su Orquesta, 1955 (Foto: www.45cat.com).

La vida nocturna en tiempos de Miguel Alemán era cosa seria. A la clase media le alcanzaba para salir por lo menos una o dos veces al mes. Entonces brillaban los centros nocturnos como El Ciros, Los Cocoteros, El Patio o el Tap Room, del hotel Versalles, donde sólo entraba la gente bonita o apretados, como se les decía. Ahí, en 1942, se podía ver a Pedro Infante dirigiendo la orquesta. También estaba el Leda y el Waikikí, que se anunciaba como “centro cosmopolita” y donde la prostituta más famosa se hacía llamar Obsidiana, cortesanas apadrinadas por quebrantahuesos o cinturitas famosos, como Antonio “Tony” Espino o José Cora, el Colo-Colo, tipo de más de dos metros de altura y una musculatura a lo Tarzán, hermano de la actriz Susana Cora que compartió cartel con Luis Aguilar y la guapa Miroslava en Una Aventurera en la noche (1948) de Rolando Aguilar, director popular por haber hecho Rancho Grande (1941).

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Centro nocturno El Patio, Ciudad de México (Foto: Carlos Longares/Pinterest).

Todo iba de perlas para el mambo y su creador; su fama era universal y hasta el director Federico Fellini utilizó la composición Patricia en su película La dolce vita. De repente, en la cumbre de su carrera, lo deportan de México, en 1953. Unos dicen que por tratar de poner el Himno Nacional a ritmo de mambo, otros que por vendettas de los caciques sindicales de la música. Sin embargo, la razón mejor documentada es la que indica que el inquieto Rey del Mambo se metió en lío de faldas, nada menos que con el mismísimo Miguel Alemán, quien sostenía un tórrido romance con la hermosa y escultural joven “actriz” Leonora Amar, llamada la Venus Brasileña. El también enamorado Dámaso venía ofreciéndole a la guapa de 25 años un contrato de exclusividad con la promesa de convertirla en estrella internacional, comenzando con una gran gira por Japón. La damita era ambiciosa y dijo que sí, por lo que Alemán decidió cortar por lo sano, no sin antes ordenar la deportación del buen Cara’e Foca (total que Leonor Amar se retiró del espectáculo dos años después).

El Rey del Mambo sólo pudo regresar a México hasta fines de los sesenta y en la década de los años ochenta se nacionalizó mexicano, muriendo en la capital a los 73 años de edad.

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Leonora Amar, 1945 (Foto: Hemeroteca digital de “A Cigarra Magazine”, Río de Janeiro).

 

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