La historia de nuestro primer barco guerrero
Gerardo Australia

Historias para recordar

94 opiniones • veces leído

Pese a nuestros 1,112 km de costas, preferimos ir al mar a rascarnos la barriga y a pelar camarón, pero no a conquistarlo como otras naciones. Nuestra mayor amenaza la tenemos sobre la cabeza, no a los costados. Por lo…

Lectura: ( Palabras)

No somos un país marinero. Pese a nuestros 11,122 km de costas, preferimos ir al mar a rascarnos la barriga y a pelar camarón, pero no a conquistarlo, como otras naciones. Además, nuestra mayor amenaza la tenemos sobre la cabeza, no a los costados.

Por lo mismo, nuestra historia bélico-marítima ha sido relativamente tranquila, más no ajena a hechos sorprendentes. Hay muchas páginas que van desde lo heroico, como cuando con tan sólo dos navíos, el Guadalupe y el Moctezuma, se venció en 1840 a una flota norteamericana de seis barcos (que ayudaba a Yucatán en su intentona de querer anexarse a Estados Unidos), hasta lo chusco, como cuando los ingleses nos embargaron precisamente el Guadalupe, a poco tiempo de la mencionada victoria, por nada más haber pagado el enganche (¡cómo!, ¿había mensualidades?).

Una de estas páginas de nuestra tierna historia marinera se dio hacia 1825, cuando en Veracruz los pocos españoles que quedaban seguían dando la lata atrincherados en la inexpugnable fortaleza de San Juan de Ulúa. Desde allí disparaban tercamente sus cañones, interrumpiendo así la siesta jarocha. Había que sacarlos de una vez por todas, y la mejor manera de hacerlo no era por tierra.

Aunque nuestra incipiente nación mexicana estaba prácticamente en bancarrota y endeudada hasta los colmillos, se decidió pasar el sombrero para comprar un buen buque. Se adquirió así el navío de línea español Asia, buque de guerra de 2 puentes, 3 palos y velas cuadradas que cargaba 74 cañones y 542 tripulantes. Nada mal. Éste se convertiría en el primer navío de la Marina de Guerra Mexicana.

La historia del Asia es toda una aventura folletinesca, si bien un tanto triste. En 1823 había zarpado de Cádiz, comandado por Roque Guruceta, capitán déspota y vinagrillo. Para 1825 el Asia andaba ya en las Filipinas con una tripulación cansada que no tardó en amotinarse. No era para menos: aparte de ser un agrio y hurgarse siempre la nariz, Guruceta no había cumplido con los pagos, había abandonado a su suerte a la tripulación de mayor edad en una isla desierta, las condiciones de vida en el barco eran pésimas, además llevaban tres años combatiendo para un muerto: la monarquía española en América. A su vez la tripulación, con excepción de los oficiales, estaba formada por gente de leva (cuando te obligan a enlistarte al ejército), todos ellos salidos de los nuevos países americanos.

teniente y capitán de barco
Retrato del teniente general de la Armada Roque Guruceta y Aguado (1771-(1771-1854) (1840 – 1855), Anónimo (tomado de Wikipedia).

Después de una escaramuza digna de película, tomaron el barco. A continuación, los más de trescientos amotinados bajaron por la tabla a capitán y oficiales en un islote á la Crusoe. Meses después serían rescatados por un ballenero inglés que los llevó a Manila. Se dice que Guruceta se convirtió en ventrílocuo.

Días después el Asia tocó el puerto de Monterrey, en la Alta California. Las autoridades aceptaron los términos de los amotinados: “recibir sueldos atrasados, jurar fidelidad a México y obtener para los que no quisieran permanecer en México, facilidades para partir a donde desearan.” Se acordó un precio y a continuación el Asia navegó con dirección a Acapulco ondeando con orgullo la bandera verde, blanco y rojo.

Llegó a Acapulco el 28 de noviembre de 1825. Ahora bien, me atrevo a decir que una de las muchas causas de la desventura de este buque fue haberle cambiado el nombre: en un arranque de sublimada inspiración poco antes vista lo rebautizaron como Congreso de la Unión. ¿Por qué no mejor de una vez Artículo 128, sección 4a, foja 28-bis? Además, en esa época el Congreso estaba disuelto. Misterios.

navío mexicano de 74 cañones
Navío “Congreso de la Unión”.

Una vez medio acostumbrados al nombre, vino el detalle de cómo trasladar el Congreso de la Unión de Acapulco a Veracruz, una travesía que se antoja zarandeada (el canal de Panamá se usó por primera vez hasta 1914).

Desde que salieron del puerto los descalabros cayeron cual mosquitos kamikazes sobre el barco y sus tripulantes: amotinamientos, enfermedades, tormentas, descomposturas, pero sobre todo el problema que siempre hay en cualquier gran aventura: la falta de presupuesto. En Chile se acabó el último doblón, por lo que estuvieron anclados varios meses, hasta que un magnate le prestó a México 25,000 pesos para que el navío pudiera continuar. Una deuda más, por qué no.

En el trayecto entre Venezuela y Yucatán el Congreso de la Unión se midió a cañonazos contra un bergantín de nombre San Buenaventura, que llevaba cientos de soldados españoles a la Habana. Curiosamente esa sería la única participación en batalla del Congre, de la que salió victorioso, levantando el ánimo de los Insurgentes.

Por fin nuestro primer navío guerrero llegó a Veracruz el 9 de marzo de 1827. Para entonces ya no había españoles que cañonear, además el Congreso de la Unión había llegado con un capitán norteamericano y tripulación inglesa, sudamericana y hasta afroamericana.

El naciente gobierno mexicano estaba feliz con su nuevo barco, pero nadie estaba capacitado para operarlo. Entonces ofrecieron recontratar a la tripulación. Sin embargo, la tripulación les dio las llaves del bote y se despidieron por estribor.

Sin nadie que lo supiera manejar o reparar (en ese entonces sólo en Cuba se hacían reparaciones navales), el pobre Congreso de la Unión quedó meciéndose en las aguas del puerto a merced del tiempo. Primero lo ocuparon como almacén, después como cuartel y al último se convirtió en prisión. Los cañones se bajaron y hoy en día gran parte de ellos pueden verse en hileras en San Juan de Ulúa.

Para 1932 las maderas del buque abandonado se iban pudriendo. Entonces se decidió llevarlo hacia el bajo del Pastelillo, donde se fue hundiendo poco a poco. “Glú, glú”, dicen que dijo.

Pero no todo quedó en el olvido. La historia de este insigne navío impactó y conmovió a uno de los más famosos entonces y hoy escritores del mundo: Julio Verne, quien escribió un relato sobre la aventura del Asia-Congreso de la Unión, titulado Un drama mexicano (1845). Verne era un declarado admirador de las causas independentistas en América y la historia del barco, su tripulación y su periplo oceánico fueron suficientes para estimular la imaginación del autor, que como sabemos le sobraba. Atlas en mano (Verne jamás salió de Europa) describió en escasas treinta páginas la saga de nuestro primer buque guerrero. Vale la pena leerlo y se encuentra fácil en Internet (aquí mismo dejamos el texto para su referencia). Como última anécdota cabe decir que el interés por escribir de Julio Verne se dio cuando su maestra de escuela le contaba anécdotas de su marido marinero: Verne y el mar siempre fueron uno mismo.

Un drama en México-Julio Verne

Libro de Julio Verne

Más columnas del autor:
Todas las columnas Columnas de

2 respuestas a “La historia de nuestro primer barco guerrero”

Deja un comentario

Lo que opinan nuestros lectores a la fecha

Más de

Voces México