Con la llegada de este presidente es buen momento para rescatar a un viejo mandatario y personaje singular mexicano, hoy traspapelado: Melchor Múzquiz, quien fuera nuestro séptimo presidente.
La razón es una: de los más de sesenta presidentes que han pasado por el tan ambicionado taburete, sin duda Múzquiz ha sido de los contados, muy contados, que con una honradez impecable a prueba de pastelazos (por lo mismo murió en la pobreza), se entregó en cuerpo y alma a buscar sencillamente una cosa: el bien del país. Es algo tan raro…
Cuando tomó la presidencia, en 1832, México estaba prácticamente en la ruina. Pero Múzquiz aceptó el puesto diciendo: Soy mexicano y debo hacer a mi patria todo el bien que esté a mi alcance. Le faltó tiempo, pues duró cuatro meses, suficientes para asentar un precedente de que sí se puede ser de una pieza y gobernar. Tampoco era un primerizo, idealista o un chico “naive”, pues tenía gran experiencia política, siendo Múzquiz el primer Gobernador del Estado de México, en 1824, y repitiendo la gubernatura cuatro veces más.

Hijo de españoles vascos, José Ventura Melchor Ciriaco de Eca y Múzquiz de Arrieta, ¡óle!, nació en 1790 en Santa Rosa, Coahuila, poblado hoy atiborrado de narcos que lleva su nombre. Como todo joven idealista interrumpió sus estudios para unirse a las tropas insurgentes, primero a las órdenes de Ignacio López Rayón, después dentro de su ascendente carrera militar estuvo bajo el mando de Guadalupe Victoria, hasta consumada la independencia.
Al llegar a la presidencia, Múzquiz era querido por todos por su probada honradez, por “la firmeza de sus propósitos y sencillez y humildad en el trato con los demás.” Sin embargo, en su búsqueda del bienestar patrio a don Melchor le daba por ser con extremo ahorrativo. El historiador José Villalpando comenta: En efecto, era un hombre que aborrecía profundamente la corrupción y el robo de los caudales público, y exageraba tanto sus previsiones, que le gustaba concentrar el producto de los impuestos en una habitación que hubo que apuntalar para que no se derrumbara por el peso de las monedas. En otras palabras: para salir bien en las cuentas y demostrar que mientras él estuviera a cargo no iba a haber una sola malversación de fondos, don Melchor procuró, hasta el final, no gastar un solo peso en absolutamente nada.
Desgraciadamente llegaron momentos en los que era necesario gastar. Fue cuando a este incorruptible presidente, por ese mismo atributo y para mejorar las finanzas de su gobierno, ha pasado a la historia como el único presidente en cobrar impuestos nada menos que por ventanas y puertas de inmuebles, incluyendo asilos y conventos.
Melchor Múzquiz subió al poder supliendo a Antonio Bustamante, quien solicitó licencia para pelear contra Santa Anna, revoltoso a más. Desde el principio como presidente intentó rodearse de gente a la altura que exigía su ética de trabajo. Tenía grandes planes. Sin embargo, no tardó en caer la mosca en la sopa, cuando su querido jefe y amigo, Bustamante, negoció la paz con el odioso Santa Anna, dejándolo vilmente fuera de la jugada.

Desairado, Múzquiz presentó su renuncia. El Congreso no la aceptó, entonces regresó el buen hombre al trabajo. No obstante, en poco tiempo ¡cuál sería su sorpresa!, al enterarse (por medios no oficiales) que ya NO era presidente: Santa Anna y Bustamante habían pactado la paz y decidido poner en el banquito de títeres presidenciales a Gómez Pedraza, ¡y ni le avisaron a don Melchor!: Cuando Múzquiz se enteró, simplemente salió del Palacio Nacional y se fue a su casa, nos dice el enterado.
A pesar de todo, el incorrupto ex presidente mantuvo su dignidad, y después de haber recibido la patada en el trasero de la Casa Mayor, decidió regresar a ella dándose el lujo de decirle ¡públicamente! (perdón que use tantos signos de admiración, pero me emociono) a Gómez Pedraza, el monigote de Santa Anna y Bustamante, que no sólo era un usurpador de una presidencia, porque como demostró Múzquiz, además de venir de un exilio en el extranjero pagado por los traidores, apestaba a calcetín de soldado raso en retén, por ahí en Iguala, donde más se suda.
Fin de la fiesta. Gómez Pedraza, después de todo, era el Presidente. Como venganza le da a Múzquiz decreto de baja del Ejército, la institución que este hombre más amaba.

No podemos imaginar a continuación la vida de “apestado” que sufrió don Melchor y su familia. Cabe notar que fue su conducta y su incorruptible honor que le salva la vida en 1836, aún metido en reyertas políticas, cuando se instituye el Supremo Poder Conservador.
Regreso al historiador Villalpando: Como no sabía hacer otra cosa, siempre vivió de su sueldo de General […]. Y es aquí viene una anécdota bonita:
La honradez y el honor lo llevaron a la ruina.
¿Moraleja para Obrador? Ya lo veremos.
Porque solo ponen a AMLO y los demas presidentes se le caeria la cara dw verguenza si la tuvieran
porque presume de honesto, y no lo es
tambien jose de joaquin herrera fue un presidente muy honesto