Antonio Chenel Antoñete nació en Madrid el 24 de junio de 1932, la Guerra Civil obligó a su familia a mudarse a Castellón; en 1940 se instaló junto a su estirpe en una vivienda cercana en la plaza de Las Ventas, ese hecho –y que su cuñado Paco Parejo fuera el mayoral de la plaza de toros– le permitió presenciar muchas corridas.
Su primera época, que alcanza hasta 1975, tiene su punto más alto con la faena del 15 de mayo de 1966 al toro ensabanado de Osborne, Atrevido, lo que le ganó para siempre un sitio entre los toreros preferidos de Madrid, tanto que el domingo 23 de octubre de 2011, un día después de su muerte, se lo manifestaron los aficionados en el duelo de cuerpo presente en Las Ventas. En los 80 tuvo su etapa de matador más recordada y hasta 2001 toreó su última corrida en Burgos.
Tenía todas las cualidades que necesita un gran torero: conocimiento del animal y de la lidia, valor, arte, torería. En la memoria del corazón brillan destellos imborrables: aquella forma de doblarse con el toro, aquella media verónica, los cites de largo, dejando venir al toro, los ayudados por bajo, cargando la suerte… su punto débil fue oficiar con la espada.
Hago este recuerdo de un hombre excepcional y de memoria recuerdo que cuando se retiró definitivamente, Pepe Dominguín escribió en forma de carta a su hermano Domingo: “Te escribo consternado: Antoñete se va. Y esto duele”. Eso sentimos hoy los que tuvimos la suerte de emocionarnos con su arte y el orgullo de estrechar su mano. Se fue uno de los seres más representativos del toreo y un gran ser humano.