Viene a México el fenómeno ‘trans’: ¿mutilarán a las niñas?
Francisco Gil-White

La siguiente controversia, por favor...

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La niña que, influenciada por este clima, se declara ‘trans’, adquiere de tajo celebridad y aprecio por tener el valor de ‘emanciparse’. Es difícil, a la postre de tanto festejo, hacer marcha atrás…

Imagen: Istock.
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Lectura: ( Palabras)

Hay personas con disforia de género—la condición de sentirse con el sexo equivocado y desear transitar al sexo opuesto—que modifican su apariencia con hormonas y cirugías estéticas. Luego de eso, algunos se sienten mejor. Otros no. Hay un riesgo. Pero la tradición occidental moderna protege el derecho del individuo de tomar sus propios riesgos. Y qué bueno.

Este derecho, empero, debe ser para un adulto competente. A los niños, hemos de protegerlos. Pero eso no está sucediendo.

En Estados Unidos y Gran Bretaña, en los últimos diez años, en un fenómeno inédito, turbas de niñas adolescentes—menores de edad—se atropellaron en las clínicas para hacerse dobles mastectomías. Y se las hicieron.

Se las siguen haciendo—las cifras son epidémicas—.

No tienen cáncer de mama: sus senos no están enfermos. Pero estas niñas no los quieren: desean un cuerpo de hombre. Dicen que son disfóricas.

¿Qué rayos sucede? Urge entenderlo, porque esta tendencia viene para México.

Una interpretación dice que las cifras de disforia de género siempre fueron así, pero antes las niñas no lo confesaban por miedo a un rechazo moral; ahora, en una sociedad más tolerante, ya pueden—como antes hicieron los homosexuales—‘salir del closet’. Es la siguiente emancipación.

Ésta es la interpretación que defienden ciertos activistas, de ideología woke, que dicen pugnar por la igualdad de género, y que han alentado, facilitado, y celebrado las transiciones de estas niñas. Ellos consideran las transiciones un gran logro, pues los disfóricos, por encima de su difícil padecimiento, han sufrido intolerancia, hostigamiento, y violencia; ¿no es mejor—preguntan desafiantes—que ahora defendamos sus derechos y respetemos sus decisiones?

Excepto que estas niñas son menores de edad.

Gandhi dijo: “Entre más indefensa una criatura, más merece protección de la crueldad del hombre.” Respetar el derecho de transición hormonal y quirúrgica para adultos disfóricos (lo respeto) y celebrar que gocen de esta libertad (lo celebro) no implica lo mismo para los menores. A ellos debemos protegerlos.

Los activistas woke se ostentan paladines únicos de la ‘justicia social,’ como si no hubiéramos otros peleando por la igualdad social, política, de oportunidad, y de género. “Cuídense de los falsos profetas”, dijo Jesús. “Por sus obras los conocereis.” Éstas son las obras de los woke: gracias a ellos, hay niñas de 13 años amputándose los senos.


Los riesgos para las niñas

A muchos transexuales adultos, que hicieron sus transiciones en una generación anterior, y que no se sienten representados por el activismo de género woke, les preocupa lo que está sucediendo. Ellos saben todo lo que implica una transición.

Satisfacer la ambición de una niña disfórica requiere recetarle sustancias que inducen menopausia química y bloquean su pubertad. Según los activistas de género, se trata de una pausa inofensiva. Se busca, dicen, preservar la oportunidad—para quienes meses más tarde lo quieran—de hacer una transición más completa y efectiva. Luego entonces, donde habrá de construirse, quizá, un varón, debe impedirse, de momento, el brote de una mujer adolescente.

La menopausia química (que incluye “golpes de calor, noches sudorosas, y una niebla mental”) es influyente, pues luego de eso casi todas las pubertas bloqueadas eligen la transición. Como lo dijo una de ellas: “quería sentirme como un joven y no como una anciana.” Entonces, reciben testosterona inyectada.

Pero nada de esto es inofensivo.

Interrumpir la pubertad garantiza infertilidad e interrumpe, también, en ciertos aspectos, el desarrollo del cerebro. La testosterona incrementa—muy por encima, inclusive, del riesgo de los varones—la probabilidad de enfermedades cardiovasculares. También hay un mayor riesgo de diabetes y de derrames cerebrales. Finalmente, sube mucho el riesgo de cáncer endometrial y ovárico (lo último a veces requiere una histerectomía profiláctica).

Si éste es el pago que la felicidad exige, y las niñas disfóricas entienden los riesgos, bien—ésa es la posición de los activistas de género—. Pero las niñas para nada entienden los riesgos. Y su salud mental, a largo plazo, no parece mejorar. Más bien empeora.

Muchas—no todas, pero sí muchas—al final se arrepienten, maldicen sus transiciones, y se regresan a una identidad femenina. Cosa no tan fácil, porque el cuerpo no mete reversa, o no del todo.

La testosterona produce vello facial y corporal, cuadra la quijada, baja el tono de voz, ensancha los hombros, redistribuye la grasa (menos en caderas y muslos), engrosa (mucho) el clítoris, atrofia la vagina, y esfuma la regla. Dichas mudanzas, siempre que el régimen de testosterona haya durado lo suficiente, pueden ser irreversibles, pues suceden en un periodo formativo que, sin la hormona, hubiera sido la pubertad y adolescencia femenina. Las arrepentidas tendrán que vivir con algunos de estos cambios.

La doble mastectomía que muchísimas de estas niñas terminan pidiendo es también, por supuesto, irreversible. Cosméticamente no: podrán pedir implantes. Pero las cicatrices quedan. Y el implante no es un seno de verdad.

Algunas piden también una cirugía muy peligrosa para que les adhieran un ‘pene’ (con piel y tejido escarbado de su brazo, que queda mutilado). Esto, empero, es menos común (y qué bueno, pues más de una vida ha sido destruida en el intento de adherir un ‘pene’).

Ya se entienden mejor las preocupaciones de los transexuales adultos.

En otros tiempos, cuando ellos hicieron su transición, se entendía que uno debía primero terminar el desarrollo normal. Por tres razones; 1) para tener una adolescencia menos anómala; 2) para estar bien seguros de que realmente se quiere una transición (pues los adolescentes son veletas, y cuando no les recomiendan una transición temprana, la mayoría de los ‘trans’ terminan diciendo que no son); y, la más importante: 3) porque solo un adulto puede ser responsable. No dejamos que un menor de edad venda legalmente su cuerpo, pero ¿sí que le cambie de sexo?

Estos transexuales adultos no interpretan que, por haber sido forzados a esperar, sus derechos de menores hayan sido anulados por opresores ‘transfóbicos’; por el contrario, agradecen que los adultos responsables, éticos, y sabios de una generación anterior protegieran su niñez y adolescencia. Lo mismo quieren para las niñas de hoy.

hormonas transgénero
Imagen: LaptrinhX.

Abigail Shrier: la investigación profunda

Estos interesantes matices los aprendí leyendo a Abigail Shrier, periodista del Wall Street Journal. Ella fue descubriendo todo esto cuando, luego de interesarse en el tema, empezó a investigar el fenómeno ‘trans’. El resultado de sus pesquisas es su libro: Irreversible Damage: The Transgender Craze Seducing Our Daughters (Un Daño Irreversible: La Locura Transgénero Que Seduce a Nuestras Hijas).

La prosa de Shrier, como su título, expresa preocupación y alarma por una tendencia que, según indica su investigación, está dañando a muchas niñas. Por dicha conclusión, inevitablemente, los activistas de género la han llamada ‘transfóbica’: persona que odia a los transexuales o transgéneros.

Dichos activistas son tan poderosos que el éxito—fenomenal—del libro se debe enteramente a los esfuerzos de los padres de familia y a los medios de masa alternativos, como el podcast de Joe Rogan, con una audiencia de millones. Porque los canales tradicionales—intimidados por los activistas de género—hicieron todo por bloquear el libro.

Todo esto porque—sin haberlo leído—acusaban a Shrier de ser ‘transfóbica’.

Pero Shrier no ha expresado sino compasión por quienes sufren disforia de género. Y la cirugía plástica de reasignación sexual, reconoce, es benéfica, en algunos casos, para quienes padecen esta condición. Está totalmente a favor de que los adultos puedan elegir eso. Lo que ella cuestiona es el consumo de hormona masculina y las cirugías estéticas en niñas adolescentes.

Y cuestiona que estas niñas realmente sean disfóricas.

Pues según las observaciones de los psiquiatras, los disfóricos descubrían su testaruda incomodidad mental muy temprano, en la etapa infantil, mucho antes de la pubertad; y esto mismo—que brotara tan temprano—identificaba a la disforia como un trastorno psiquiátrico genuino. Lejos de ser comunes, los aquejados eran un ínfimo puñado de personas y casi todos varones que se sentían mujeres; el caso espejo—hombres subjetivos atrapados en el cuerpo de una mujer—era casi inencontrable.

Entonces, algo ha cambiado. Porque ahora lo que abunda, en un fenómeno inédito, son chicas que—sin haber exhibido jamás síntoma alguno de disforia durante toda su niñez—anuncian de tajo, en la adolescencia, que son ‘trans’: se sienten varones. Parece menos un fenómeno natural y más, como afirma un grupo creciente de investigadores, un contagio social: una moda.

Abigail Shrier, Irreversible damage

¿Sería esto contagio social?

Vemos muchos paralelos con la anorexia nervosa, otra epidemia social de las adolescentes, donde grupos de amigas se vuelven anoréxicas todas juntas. En el fenómeno ‘trans’, igualmente, como si de un acto de solidaridad se tratara, vemos amigas que anuncian a la vez, o en secuencia inmediata, que no son niñas. En ambos casos se apoyan en grupos de internet y comparten consejos de cómo engañar a los adultos y así obtener lo que quieren.

Consistente, también, con la hipótesis de una moda es que la epidemia ‘trans’ es sobre todo de chicas blancas. ¿Por qué no de otros colores? Porque, explica Shrier, las jovencitas blancas de esta generación, en EEUU y Gran Bretaña, cursan una profunda crisis de identidad.

Ya puedo escuchar la objeción: todo adolescente cursa una profunda crisis de identidad. Anhela trascender a sus papás, pero no puede dejarlos; se atreve—con su moral (obviamente) mejorada—a juzgarlos, pero quiere todavía su aplauso; y aspira a ser su propia persona, pero ansía la aprobación de sus pares. Es una situación imposible. Y para colmo, en medio de todo eso, hay una metamorfosis violenta en su cuerpo. ¿Quién soy? ¡Quién sabe! Si esta tortura mental—que pega parejo—realmente fuera la causa del ‘trans’, lo veríamos en todos los adolescentes: hombres, mujeres, blancos, negros, cafés, amarillos.

Excepto que hay una crisis de identidad que no pega parejo y ésa entraña la identidad social.

En la política de identidades que domina nuestra era presente, la tendencia moral y filosófica apodada woke, exportándose ahora a todo Occidente, reina suprema en creación de significados. Para satisfacción de muchos en la izquierda política, el woke identifica al ‘patriarcado opresivo’, no con alguna institución o grupo de poder, sino con la población blanca heterosexual entera.

Si bien está madurando ahora la flor, fue creciendo el tallo durante medio siglo. Pude ver el capullo bien formado ya, listo para abrir, a principios de los años 90, cuando llegué a Boston para estudiar la licenciatura. Se me pegó esta anécdota en la cabeza: luego de apreciar el mapa de México colgado en mi recámara, un amigo gringo me expresó cuánto envidiaba que yo fuera de una minoría. Le repliqué asombrado: “¡Pero si eres judío!” (una minoría mucho más pequeña). Pues sí. Pero para aquel entonces los precursores del woke ya metían a los judíos dentro de ‘los blancos’. Y ser blanco era ya muy uncool.

Ahora la cosa está bastante peor. Como he comentado en otro artículo, el woke—si bien se ostenta explícitamente antirracista—en realidad pregona un franco racismo anti blancos. Y anti heterosexuales.

Luego entonces, para los blancos heterosexuales, el clima en las escuelas—donde los adolescentes pasan sus vidas—se siente a las claras hostil. Se celebran oficialmente ‘días de orgullo’ para la identidad que sea: negros, cafés, amarillos, gays, lesbianas, queer, transgénero, transexuales, asexuales, pansexuales, no binarios, género fluido—todo—. Lo que no hay es un ‘día de orgullo’ para los blancos. O para los heterosexuales. Impensable: cualquier esfuerzo de organizar semejante día sería leído como una agresión. Y en algunos lugares, como en Evergreen College o Kindness Yoga, se han inventado días sin blancos: les dicen que no vayan.

El mensaje está muy claro: ser blanco heterosexual es motivo de vergüenza. Con tu piel, y con tu orientación sexual, cargas la culpa de una civilización que, según te dicen todos los días, ha oprimido y ultrajado a todas las demás identidades. Y no te vayas a menear, porque cualquier movimiento en falso será interpretado como una forma de racismo, misoginia, homofobia, o transfobia. Calladito.

Para algunas niñas blancas, lidiar con esto—encima de todos los demás traumas de la adolescencia—es demasiado. Justo cuando se están preguntando, ¿Y quién soy?, les dicen: una mala persona. Por blanca. Por heterosexual. Qué diantres. El asedio es fenomenal. Y sus recursos de autodefensa son pobres, pues los papás helicóptero de estas niñas, y una cultura general de sobre protección, las han hecho frágiles: generación de cristal.

Nace entonces el deseo desesperado de escapar la identidad culpable. Una niña blanca no puede cambiarse la piel, pero sí puede anunciar que ya no es ‘heteronormativa’, ingresando así—por arte de magia social—a una categoría ‘oprimida’, y adquiriendo el derecho, donde antes debía bajar la cabeza, de ser moralmente altiva y sermonear también ella al ‘patriarcado’. Eso tiene su atractivo.

Se vale preguntar: ¿Pero no debiéramos ver entonces a muchísimos varones blancos anunciando también, en su adolescencia, que son del sexo opuesto? ¿Por qué no cunden amputaciones de penes blancos para acompañar las de senos blancos? Explica Shrier: porque la vulnerabilidad psicológica extrema es sobre todo un fenómeno de las chicas; son ellas—mucho más que los varones—quienes están deprimidas y ansiosas.

Jonathan Haidt y Jean Twenge han documentado que “para las niñas adolescentes, el uso intensivo de las redes sociales está correlacionado más fuertemente con la ansiedad y la depresión que el uso de la heroína.” El bullying—sobre todo en lo relativo a hostigamiento por apariencia física—es siempre más severo y cruel entre niñas y contra niñas, y esta toxicidad social es justo lo que ha florecido en las redes sociales. La reciente explosión de anorexia, el fenómeno trans, y una ola asombrosa de suicidios femeninos todos coinciden con la invención del iPhone.

En la historia típica vemos a una niña ansiosa, deprimida, o ambas. En muchos casos—bastantes—para colmo es autista. Muchas se automutilan. Tienen pocas amistades. No están disfrutando la vida.

El origen de su malestar, a menudo, es que se sienten feas.

No ayuda, dice Shrier, que en esta generación “ven porno por primera vez, en promedio, a los once años.” Entonces, antes de mudar su físico ya han sido traumatizadas por un ideal de belleza imposible, que a diario ven en Instagram, donde cunden fotos manipuladas para aproximar dicho ideal. Comienzan a sentir ansiedad. Cuando llega la pubertad, se miran al espejo, comparan con Instagram, y odian sus cuerpos. Se deprimen.

joe rogan and abigail shrier

Para salir de este pozo oscuro, un número inédito está escogiendo el suicidio. Como alternativa, los activistas de género woke recomiendan una doble solución: cambia de identidad (di que eres varón) y medícate (toma testosterona).

La testosterona va directo al cerebro y produce, de menos al principio, una especie de euforia, como testimonian un sinnúmero de trans influencers en YouTube: jóvenes celebridades con muchos miles de seguidoras que, tras haberse anunciado ‘trans’, se inyectan testosterona para ‘hacerse varones’ y súbitamente, según reportan, han empezado a sentirse fantástico (muere la depresión). Eso ‘confirma’ que son varones, ¿no? Porque de lo contrario, entonces ¿por qué están ahora tan contentas?

Estas trans influencers parecen querer descubrir un varón adentro de cada niña y generosamente regalan consejos para que sus numerosas seguidoras puedan diagnosticarse como ‘trans’ y obtener apoyo institucional y médico para viajar al sexo opuesto. En videos, y en grupos de discusión en internet, hay coaching sobre cómo mentir a mamá y a papá, e inclusive—cuando sea necesario—cómo escaparse de sus casas. Y regalan consejos clave para hacerse del elixir esencial: la testosterona.

Ahora bien, la testosterona es una sustancia controlada. Para obtenerla, la niña necesita un diagnóstico de ‘disforia’ y eso requiere afirmar (aunque no sea cierto) que, desde siempre, desde pequeña, se ha sentido y sabido varón. Eso mismo recomiendan las trans influencers en YouTube: que mientan. Pero es obligada la pregunta: ¿Cómo es posible que los profesionales ‘responsables’ consideren que dicha afirmación basta para—de volada—comenzar a medicar a estas niñas con dosis altísimas de hormona masculina? Sobre todo, siendo que dichos profesionales saben—por supuesto—que las trans influencers de YouTube aconsejan mentir sobre la infancia.


¿Dónde están los adultos responsables?

Para entender a estos profesionales, encargados (se supone) de la educación y salud de los niños, tenemos primero que entender cómo han sido transformados bajo influencia de la cultura woke.

Shrier explica que hoy impera un enfoque llamado ‘atención confirmativa’ (affirmative care). En otros tiempos, si una persona declaraba ser del sexo opuesto, esto exigía observación y cautela profesionales, pues la adolescencia es un periodo repleto de vaivenes y crisis de identidad que en la mayoría de los casos se resuelven. Pero las cosas han cambiado. Ahora la APA (American Psychological Association) instruye a maestros, psiquiatras, psicólogos, terapeutas, y médicos a confirmar a la niña en su jactancia de ser varón.

¿Por qué este cambio?

Porque en la ideología woke, que ha colonizado a la APA como a tantas otras instituciones, ninguna identidad es patología. Ser ‘trans’ es una identidad de género más, a ser escogida libremente de un menú cuyas ofertas se multiplican día con día: LGBTTQQIAAP.

La obligación moral de una persona woke—presuntamente ‘despierta’ (iluminada)—no es investigar la salud psicológica de la criatura que anuncia disforia de género, sino, muy por el contrario, celebrar su nueva identidad y ‘liberarla’. Porque, según esta doctrina, lo que la niña diga que es, eso es: la identidad sexual (‘género’) es un acto de voluntad mental, no un hecho de biología.

Imaginemos a una niña anoréxica, nos pide Shrier, que llega con el psicólogo y le dice, “Estoy gorda”, y el psicólogo—aplicando ‘atención confirmativa’—le contesta: “¡Claro! Gordísima. Vamos a ponerte en una dieta más estricta. Mejor no comas nada.” ¿Está trabajando este psicólogo? El diagnóstico es de la niña. ¿Y está protegiendo la salud? Para nada. El enfoque en el caso ‘trans’ es el mismo: pura ideología.

En esta ideología—muy ‘progre’—se afirma que una sociedad opresiva continúa encerrando a muchísimos ‘trans’ en el closet, de donde es imperativo y urgente rescatarlos. Quien ose expresar escepticismo será, para estos activistas, un ‘transfóbico’. Racista. Eso funciona muy bien, debo decir, para cancelar cualquier posibilidad de crítica: aterrados de ser calificados así, los escépticos callan.

Y entonces nadie protege a las niñas.

En la práctica, muchos profesionales ‘de salud’ rebasan inclusive las recomendaciones de la APA. El ansia por ‘liberar’ a los ‘trans’ es tal que, a menudo, la primera sugerencia de dicha identidad no viene de la niña sino de los terapeutas. Si ella dice, por ejemplo, odiar su cuerpo, o ser gay, o si le gustan los deportes, o jugar con coches y camioncitos, o pasar el rato con niños en vez de niñas, algunos terapeutas—no todos, pero sí algunos—le sugieren que ¡seguramente es ‘trans’!

Se pregunta Shrier: Luego de tanto pelear, generación tras generación, para liberarnos de aquellos estereotipos tan limitativos de las preferencias femeniles, ahora nos dicen que, si una niña no juega con muñecas Barbies vestidas de rosa ¿entonces es un niño? ¿Acaso hay una idea más aniquilante de todo el progreso liberal de los dos últimos siglos? ¿Y más insultante? ¿Y más misógina?

Los activistas de género hondean siempre la bandera ‘feminista’, pero nadie está más enamorado de los estereotipos de género tradicionales. Y nadie valora más ser hombre (volverse varón, para ellos, ¡es la cura para la depresión femenina!). Dicha contradicción—la obvia misoginia de estos ‘feministas’—es razón de sobra para mirarlos con recelo.

En todo caso, si, bajo presión de estos activistas, una niña se convence y anuncia que es ‘trans’, en su escuela en seguida le aplauden por su valentía, le cambian el nombre de Alicia a Alberto, y le consiguen receta para que reciba testosterona. En algunos casos, todo sucede dentro de la escuela, pues Planned Parenthood, “uno de los principales proveedores de testosterona a hembras biológicas”, explica Shirer, está abriendo clínicas médicas dentro de los campus de las escuelas públicas.

La canalización cultural, social, e institucional

El festejo general para Caitlyn (antes William Bruce) Jenner, que vino a coronar un desfile de personajes ‘trans’ en las películas y series recientes, es sintomático de cómo la ideología de género woke ya domina la cultura mediática anglosajona. (Vogue acaba de anunciar—con obligada fanfarria auto congratulatoria—su primer modelo transexual de portada.) La misma cultura domina las profesiones varias que controlan el contexto escolar, médico, y terapéutico de los niños. Con dicha dominancia, estos profesionales dejan muy claro a las pubertas que ‘salir del clóset trans’ les valdrá un gran aplauso.

Ser ‘trans’ es cool. Te convierte en una buena persona.

No estoy diciendo—ojo—que no haya prejuicio, discriminación, e inclusive odio y violencia de algunas personas hacia los ‘trans’; estoy diciendo que la cultura woke—la que institucionalmente domina—los celebra. Dicha celebración se anuncia cual contrapeso a la transfobia presuntamente epidémica que los activistas de género dicen combatir.

Pero esto no es compasión; es narcisismo: los woke emiten señales de presunta virtud para verse en el espejo y decir: “Soy bueno”. Por eso osan incomodar en plena calle a los adultos transexuales de una generación anterior—que prefieren pasar desapercibidos—con ovaciones y abrazos que ellos no les han pedido. Y por eso están siempre prontos a canalizar a término la siguiente transición infantil: para demostrar que ellos son muy tolerantes, muy abiertos, muy ‘buenos’. Buenistas.

La niña que, influenciada por este clima, se declara ‘trans’, adquiere de tajo—luego de haberse sentido nadie—celebridad y aprecio por tener el valor de ‘emanciparse’. Es difícil, a la postre de tanto festejo, hacer marcha atrás y decir que, pues siempre no, sí soy una niña. Da mucha vergüenza. Sería decepcionar tanto a las autoridades como al nuevo grupo de apoyo y referencia LGBTQ+. Sería condenarse al ostracismo por ‘traicionar’ la ‘causa trans’ (hay mucho bully en la ‘comunidad trans’, donde reina un dogmatismo ‘emancipatorio’ pavoroso). Entonces, encaminadas a la masculinización por la hormona artificialmente administrada, y ‘apoyadas’ por sus ‘amigos’ en la escuela y en internet, y, también, por un sinnúmero de autoridades ‘responsables’, continúan, a pesar de sus dudas, con el programa.

Todo esto—ojo—se hace sin avisar siquiera a los papás. ¡Cómo! Claro. Porque, como le han dicho muy seriamente a Shrier varias directoras escolares, hay que respetar los ‘derechos trans’ de estas niñas (en algunos casos no mayores a los 8 años).

Cuando los progenitores de todas formas se enteran, los ‘expertos’ (con título) a cargo de todo esto les advierten que, si no cooperan con la nueva identidad de sus hijas, con toda seguridad ellas se suicidarán. Si los papás resisten este chantaje, serán llamados—por su preocupación y escepticismo—‘transfóbicos’. Amparados en estos insultos, los activistas de género—disfrazados de maestros, psicólogos, y médicos—hacen como si protegieran a las niñas de sus papás.

Así, encaminan a estas niñas hasta el paso final: la doble mastectomía. Y algunas, como dijimos, se dejan mutilar el brazo para que intenten adherirles un ‘pene’.

Mis lectores se estarán preguntando: ¿Y quienes son estos médicos? ¿Qué nadie les recibió el juramento hipocrático? Lo mismo se pregunta Shrier. Yo puedo contestarle: estos médicos han sido educados durante medio siglo en las universidades, donde el woke ha ido ganando, día con día, cada vez más terreno. Ahora el woke está en toda la sociedad estadounidense porque los universitarios no se quedaron en la escuela; se graduaron.

William Bruce y Caytlin Jenner
William Bruce y Caytlin Jenner en el antes y después (Imagen: Triángulo Deportivo).

El arrepentimiento

Como ya podrán imaginar, para estas niñas no hay, a largo plazo, beneficio alguno. Pues no tenían realmente disforia de género; las sugestionaron—aplicando una enorme presión cultural, social, e institucional—en un momento vulnerable (recalco: la mayoría sufre depresión y ansiedad, y muchas son autistas).

Siendo que han transcurrido ya algunos años de este fenómeno insólito, las primeras víctimas han llegado a su adultez, y ha comenzado—por supuesto—la contra epidemia de mujeres arrepentidas. También ellas han abierto canales de YouTube para testimoniar en contra de los ‘adultos’ que las aconsejaron. Y han comenzado, también, los suicidios.

Y las demandas legales.

Shrier menciona a Keira Bell, quien ganara un caso importantísimo en el Tribunal Superior de Inglaterra y Gales contra la clínica que le administró testosterona a los 16 años y luego le retiró sus dos senos. En el juicio se documentó que, en dicha clínica, “ni una sola adolescente había sido rechazada [para estas intervenciones] por inhabilidad de presentar ‘consentimiento informado’ ” (énfasis mío). Se documentó, también, que las intervenciones hormonales comúnmente destruían “la fertilidad” y la “función sexual.” Por demás, confesó la clínica, para estas niñas, a largo plazo, la transición hormonal no les había causado “ ‘mejoría alguna en su estado de ánimo o su bienestar psicológico medido con instrumentos psicológicos estándar’. ”

Keira Bell
Keira Bell (Foto: Paul Cooper/Shutterstock).

Las modas norteamericanas se vuelven latinoamericanas

Son muchas las modas norteamericanas que importamos. Quizá debiéramos ser un poco más orgullosos de nuestra propia civilización y evaluar con mayor rigor escéptico lo que sucede en el norte, pues no todo lo que importamos es bueno.

Para desgracia de la infancia mexicana, ya llegó todo esto a nuestro país.

Desde 2016, gracias a la presión que ejercieron activistas de género mexicanos sobre el gobierno de Enrique Peña Nieto, se ha logrado que los libros de texto oficiales de la Secretaría de Educación Pública instruyan a los niños “sobre homosexualidad, bisexualidad, transexualidad y matrimonios homoparentales, como ya se está haciendo en las escuelas públicas de otros países.”

Que se aborden estos temas en sí no debiera preocuparnos tanto como que sean los activistas woke quienes decidan el enfoque. Pues, como explica muy ofendida una feminista de verdad, hay un empuje por incentivar y facilitar cirugías ‘trans’ para niños mexicanos, tal y como ha sucedido en Estados Unidos y Gran Bretaña:

“[E]n el Congreso de la Ciudad de México … el Dictamen o Proyecto de Ley de Infancias Trans, que busca reconocer la ‘identidad de género’ de niñas, niños y adolescentes, fue introducido el 14 de noviembre del 2019. Con él se procura permitir el cambio del sexo de menores de edad, dentro de actas de nacimiento, de manera administrativa.

Ésta es la antesala de las “clínicas de género”, donde por medio de medicamentos irreversibles se detiene la pubertad de la niñez, posteriormente suministrándoles altas dosis de testosterona o estrógeno, para que su cuerpo se ajuste a estereotipos de feminidad y masculinidad.

¿Cómo conecta un cambio de sexo en un acta de nacimiento con la medicalización de menores? De la siguiente manera: una vez una niña tiene un acta de nacimiento que afirma que su sexo es masculino, se genera una incongruencia. La solución de la misma, según las políticas de ‘identidad de género’, es modificar su cuerpo para adaptarlo a su nuevo documento de identidad.”

Si estos esfuerzos tienen éxito, podremos esperar una epidemia de cirugías en México—y a mayor escala, quizá, que lo visto en Estados Unidos—. Pues para muchas niñas traumatizadas por sus ‘maestros’, ‘terapeutas’, y ‘médicos’ será totalmente insoportable tener a la vista senos y genitales que contradicen la ‘identidad de género’ que el Estado—en el documento oficial más importante—ya les ha conferido.

Para eliminar cualquier barrera, también se ha propuesto, en la Ciudad de México, que las cirugías de reasignación de sexo sean gratuitas.

¿Qué podemos hacer?

Los activistas de género woke, por desgracia, están en el poder. Ellos podrán decir que combaten al ‘patriarcado’, presuntamente institucionalizado; pero todo lo arriba narrado sería imposible si no fueran ellos, los activistas de género, quienes ahora dominan las profesiones y las instituciones que se encargan (se supone) de la educación y salud de los jóvenes.

¿Y para qué desplazaron al ‘patriarcado’? Se suponía que para defender a las mujeres. Pero les dicen a las niñas deprimidas que la felicidad se alcanza siendo varón. Y organizan un circo para desviar su desarrollo femenino, borrar su fertilidad, y mutilar sus cuerpos. El castellano tiene un adjetivo para un movimiento tal: misógino.

¿Cómo proteger a las jovencitas?

Nadie está más interesado en protegerlas que sus papás. Y esto se tiene que pelear en las escuelas y en los parlamentos. Entonces, lo primero es informar a las asociaciones de padres de familia y otros organismos que sí velan por la salud y felicidad de la juventud. Pues el conocimiento es poder. Podemos compartir el libro de Shrier o en su defecto este artículo que resume su trabajo.

Entre más famoso sea lo documentado por Shrier, menos espacio de maniobra existirá para lastimar a las jovencitas latinoamericanas con estas nefastas importaciones anglosajonas.

Estamos a tiempo todavía.


Francisco Gil-White es el investigador más citado del ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México). Ha escrito para VOCES otros artículos sobre la ideología woke: ¿Nos ha vuelto racistas la izquierda? , El derecho de ofender: resistiendo a la corrección política , ¿Combate al sexismo la reforma del castellano?


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8 respuestas a “Viene a México el fenómeno ‘trans’: ¿mutilarán a las niñas?”

  1. Un excelente artículo que toca varios temas de gran actualidad de la “lucha cultural” que se desenvuelve en EU y que nos llega cada vez más a través de las universidades. Las universidades mexicanas siguen a las norteamericanas y, al igual que allá, los educados, clase media, adoptan y desarrollan temáticas que apuntan a subjetividades muy frágiles. De hecho, como lo señalan Haidt y Lukianov (googlear), la gente que pasa por las universidades, y ya en las preparatorias, es cada vez más débil e inestable, y exporta sus problemas a los adolescentes vía las cajas de resonancia que son las redes sociales. En el caso de la transexualidad, aparte del asunto redes-fragilidad, hay otro tema que el artículo señala muy bien, y que es la misoginia profunda de todo el asunto de la transexualidad femenina juvenil: para no ser una piltrafa, hay que ser hombre, eso es lo que a fin de cuentas se les promueve por muchos irresponsables y por gente con agenda, a las niñas débiles y desamparadas. De hecho se trata de la profunda misoginia que está incrustada desde su raíz en todo el feminismo que busca la igualación con los hombres. Si bien, se denosta y se ataca lo masculino, a fin de cuentas impera la idea de que las mujeres tienen que ser como los hombres. Claro, las activistas y sus aliadEs dirán que no. Sin embargo, si hay un tema central del feminismo es su profundo rechazo a lo que llama la “sexualización del cuerpo femenino”. Alrededor de las olimpiadas de Japón fue recurrente la idea de que las atletas tienen que verse como hombres, sin senos, sin nalgas, planas. Claro, no se dice así, pero se dice que la mujer, en este caso las atletas, no deben ser sexualizadas. Así, el feminismo tiene desde el origen una gran vena puritana misógina, que ve en todo lo femenino, en especial en los atractivos femeninos propios de una especie caracterizada por el dimorfismo sexual, a la bestia negra a erradicar. El convertir a las muchachitas en varones sigue esa misma tendencia profunda del feminismo: su rechazo de raíz y profundo a la feminidad más básica que tiene origen biológico. El caso de la discusión sobre la vestimenta “provocativa” o “sexualizada”, tiene el mismo trasfondo: todo proxy de la corporeidad femenina, como las faldas, los maquillajes, y todo lo que en Occidente ha sido marca de feminidad, por no hablar ya de gestos y maneras, debe ser perseguido sin cuartel. Por eso, como dice C. Paglia, la blanca educada norteamericana es lo más insulso y aspero del planeta – como las nórdicas en general – y deja el área de lo erótico, del coqueteo, a la blanca proletaria, a la latina y a la negra.The war against boys, tiene como su correlato the war against girls that are girly. El que muchas “transgénero” se arrepientan, pareciera ser algo que se correlaciona con esa confusión feminista general, donde se rechaza tanto lo masculino como lo femenino. Nada más hay que ver las estrellas del feminismo como Judith Butler para darde cuenta que están perdidas de atar. Es magnífico que el tema se ponga discusión de manera documentada, fundamentada y sensata.

  2. El Dr. Gil-White nuevamente aborda un tema sumamente importante con profundidad. Las niñas de la generación de cristal son blanco fácil de los activistas woke, la sociedad indiferente y los “padres helicóptero”. La batalla no está perdida.

  3. ¡Excelente artículo del Dr. Francisco Gil White!

    La investigación y la fundamentación sobre temas tan controvertidos debe seguir para enfrentar los dilemas éticos que nos plantea el mundo de hoy.

    Niños y niñas de México tienen derecho a crecer en un ambiente de seguridad proporcionado o generado por los adultos. Así como, los adultos tienen la responsabilidad de buscar el bien de los niños.

  4. Me he leído todo el artículo para poder dar una opinión y no ser “ignorante”, pero en si, todo el artículo es sumamente ignorancia, las feministas no quieren ser hombres como se menciona, por eso mismo, son feministas y luchan por derechos de la mujer. OJO, DE LA MUJER. Lo cual indica son mujeres, no tiene que ver qué quieran ser hombres porque ni siquiera es así.
    El mismo artículo es contradictorio… Dice que si no presentabas cosas como la inconformidad, disforia etc en tu niñez no eres trans “en realidad”, o que si no dabas señales como ser una persona masculina, pero después, se contradice. Dice que si eras así en la niñez, son puros estereotipos. Después que existe una comunidad “anti-blancos heterosexuales”, me parece que el artículo es una sátira. No existe tal cosa como anti blancos heterosexuales, ellos no son discriminados por esto. Podrán serlo pero la razón nunca será ser heteros y blancos. Voy de acuerdo en que a menores no se les receten hormonas y no se les haga cirugias, podría ser un grave error, pero igualmente es un error el llamar en todo el artículo a los “hombres trans” por femenino, debido a que estas desacreditando su identidad lo cual ya es un acto de odio en sí mismo.

  5. Yo tambien me lei todo el articulo y estoy pensando quien le pagaria para decir tantas tonterias, estaria bien que conociera personas con disforia y de ahi fuera tomando sus referencias y opiniones, nadie elige una situacion tan dolorosa como esta por capricho o por moda , solo se refiere a las personas trans con genero femenino al nacer y descarta a las personas trans de genero masculino al nacer, lo cual ya de entrada es sexista y simplon, como si las situaciones que pasamos quienes vivimos eso ( autohormonacion , discriminacion en una sociedad que aun piensa que se mujer es ser algo menos que ser hombre y asi una sarta de tonteras que por fortuna no abundan en internet, estoy segura que le interesa mas escribir articulos ( a saber que grupo de ultraderecha le pagara ) que realmente tener un conocimiento de primera mano ( solo una persona transexual , entiende de verdad a otra persona transexual.

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