El bel canto de don Adolfo
Gerardo Australia

Historias para recordar

94 opiniones • veces leído

A mediados de los años veintes del siglo pasado, Enrico Caruso, Jr., hijo del inigualable tenor, se encontraba en Nueva York atendiendo asuntos familiares. Un día un agente artístico se le acercó y le ofreció hacer una obra musical alrededor…

Adolfo de la Huerta, ex militar y político mexicano (Fotografía: Reforma).
Adolfo de la Huerta, ex militar y político mexicano (Fotografía: Reforma).

Lectura: ( Palabras)

A mediados de los años veintes del siglo pasado, Enrico Caruso, Jr., hijo del inigualable tenor, se encontraba en Nueva York atendiendo asuntos familiares. Un día un agente artístico se le acercó y le ofreció hacer una obra musical alrededor de la figura de su mítico padre. Caruso Jr. también cantaba, tenía experiencia como actor y con su nombre el proyecto sonaba a éxito rotundo. Sin embargo, a las semanas del estreno el joven tenorillo sintió que el papel le quedaba grande y sin más renunció.

Ésta no era la primera vez que Junior mandaba al traste un proyecto a mitad del camino: de carácter voluble, a Enrico le precedían una nutrida serie de fracasos. Desde chico fue muy presionado por el padre para continuar la tradición familiar. Tuvo los mejores maestros en Milán y Roma, pero la mayoría aconsejaba que el bambino mejor se dedicara a la venta de enciclopedias (cosa que décadas más tarde hizo).

Por cuestión de negocios Caruso Jr. se mudó a Los Ángeles. Ahí se encontró al barítono Andrés Perelló de Segurola, amigo de su padre, quien le incitó a que retomara sus clases de canto, ¡pero con un buen profesor! A Junior le dio curiosidad que un hombre de avanzada edad y de carrera larga, como Segurola, siguiera con un maestro. Un año antes Segurola había perdido la voz y su maestro se la recuperó como arte de magia, devolviéndolo a los escenarios.

El profesor a quien se refería era don Adolfo de la Huerta, un carismático, amable, bondadoso y entregado mexicano que pocos de sus alumnos sabían de su extraordinaria vida antes que se exiliara y se mantuviera dando clases de canto junto con su esposa, la prestigiada pianista Clara Orión. Para cuando De la Huerta daba clases en su estudio en el 4803 de Hollywood Boulevard había sido diputado en Guaymas, Son., gobernador del Estado de Sonora, presidente de México, secretario de Hacienda y ejecutor principal de la llamada Rebelión Delahuertista (1923) contra el gobierno de Obregón, donde fracasó y por ende tuvo que huir del país.

Enrico Caruso jr.
Imagen: DL Músicas.

Nacido en Guaymas, Son., en 1881, dentro de una familia acomodada, el pequeño Fito se empapó de la música gracias a su madre, cantante y pianista de dedo veloz. Además de cantar precioso, el joven Adolfo dominó el violín y el piano. Tocando en el Casino de Guaymas conoció a un barítono italiano, de apellido Grossi, que exportaba garbanzo y quien por una temporada lo inició en el arte del bel canto.

Al término de sus estudios como contador, Fito se dedicó de lleno a la música. Sin embargo, también traía la política en las venas. Desde chico militó en contra de la reelección, además de simpatizar con los hermanos Flores Magón y posteriormente con Madero. Adolfo prefirió renunciar a una prometedora carrera artística para venirse a la capital a trabajar como gerente local del Banco Nacional de México: “Así empezó su trayectoria vertiginosa en el campo revolucionario, en la que su enérgica actividad y talento político lo pusieron en primer plano. Al lado de los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles figuró de manera prominente en la revolución en Sonora y se convirtió, a la caída de Victoriano Huerta, en Oficial Mayor de Gobernación y después en Cónsul de México en Nueva York,” comenta Pedro Castro, en el estudio preliminar de Adolfo de la Huerta, el desconocido (2009), de Roberto Guzmán Esparza. Cuenta una historia que durante las duras batallas del Bajío, estando en el cuartel junto con el general Obregón, para bajar la tensión entre los presentes, el general le pidió: “Canta, Fito, canta…”, y poco a poco se fueron sumando las demás voces hasta que un gran vocerío lo convenció. Otra anécdota cuenta que cuando huyendo de una batalla perdida junto a Obregón, ya manco, éste le dijo: “Por lo menos usted, Fito, puede ser maestro de canto… yo ni barrendero.” Y así fue.

En Nueva York, De la Huerta tuvo la oportunidad de compaginar sus tareas diplomáticas con clases de canto. Sin decir que era el Cónsul de México se puso bajo la tutela de un viejo profesor alemán, Karl Brenneman, a quien además le ofreció el triple de su sueldo si éste le daba a conocer su método de enseñanza. El viejo se negó, pero le dijo que pusiera atención a su sistema. Un día un ex alumno visitó a Brenneman. Mientras esperaba en la recepción escuchó a De la Huerta ensayar y se dice comentó: “Esa voz extraordinaria es la de un gran tenor, que bien podría ser mi sucesor”. No se sabe bien si Caruso y De la Huerta mantuvieron una amistad, pero lo cierto es que en 1919 el napolitano aceptó la invitación de Carranza –por medio de la solicitud que hizo De la Huerta– a dar una exitosa gira en México. Además, existe una fotografía de Caruso dedicada a don Adolfo en donde lo llama “mi tenor estrella”.

Adolfo de la Huerta y Plutarco Elías Calles.
Imagen: Historia de México.

De regreso a México, De la Huerta participó en la Revolución de Agua Prieta (1920) que derrocó a Carranza y lo colocó como presidente de la República por un breve tiempo. Pese a que el cachete no estaba para besitos, don Adolfo tuvo tiempo para promover el canto como una de las actividades principales de su gobierno. Aprovechando la amistad con su viejo maestro neoyorkino organizó un concurso de canto, cuyo premio era una beca para estudiar con Brenneman. El entonces jefe del Departamento de Educación, José Vasconcelos, y él, estuvieron presentes en todas las etapas del concurso. Como secretario de Hacienda, de 1920 a 1923, aprovechó cualquier oportunidad para patrocinar y ayudar a muchos cantantes, hasta dándoles clases particulares en su casa, que estaba junto al lago de Chapultepec.

Durante su exilio, De la Huerta tuvo contacto con su amigo Andrés Perelló de Segurola, quien recurrió a él porque había perdido la voz y sabía de la habilidad que tenía De la Huerta para recuperar voces “agotadas”. Don Adolfo le dijo: “Voy a darle cincuenta clases, si al cabo de ellas canta como barítono, por ejemplo, el aria de  Eritu, de la ópera Baile de máscaras, me pagará mil dólares; si no es así, no me paga nada.” Al año, Segurola desembolsó el billete al ex presidente mexicano y siguió cantando largas temporadas.

Andrés Perelló de Segurola.
Andrés Perelló de Segurola, barítono español.

Muchísima gente pasó por la tutela de Alfonso de la Huerta, entre ellos el afamado cantante yucateco Augusto Guty Cárdenas, quien llegó a Los Ángeles con muchas canciones, pero con una voz que se escuchaba como si le hubieran dado un gancho al hígado. Por motivos de trabajo, Guty Cárdenas tuvo que regresar a México, prometiendo a don Adolfo continuar las clases semanas después, pero desgraciadamente Guty encontró la muerte en una pelea de cantina. Tenía veintiséis años.

No tardó en llegarle al maestro De la Huerta la merecida fama. En los periódicos se le mencionaba como el “mago de las voces”. Su método era el resultado de sus experiencias y de las lecciones recibidas por maestros especializados, con los que podía conseguir grandes resultados en tan sólo dos años. Él se concentraba en cuatro campos: “formar la voz operística en individuos que carecían de ella, cambiar registros, dar a todas las voces tres octavas de extensión, y lograr la emisión del canto libre o bel canto.”

Para 1930 su escuela era de las más prestigiadas del país y su nombre se conocía hasta en Europa. Con el éxito vino la muy prosperidad económica, después de los años de penuria: “residencia lujosamente amueblada; en el comedor brillaba una vajilla de plata; en la cochera se encontraban dos autos de lujo; tenía criados y sus hijos varios maestros que daban clases a domicilio.” No obstante, don Alfonso siempre fue sencillo, pulcro al vestir y nada más portaba una joya: un fino reloj de tres tapas que le había regalado Plutarco Elías Calles, quien pese a que fue su enemigo (exiliado Adolfo, Calles puso precio a su cabeza) lo tenía en buena estima.

Regresando a Caruso Jr., Segurola lo llevó con el maestro De la Huerta. Caruso lo saludó inexpresivamente y al escucharlo cantar el maestro llegó a dos conclusiones: “tenía un gusto natural para la interpretación y una voz desastrosa.” “Yo le enseñaré a cantar”, le dijo al joven, “siempre y cuando siga mis instrucciones y trabaje conmigo diario”. Así comenzó el entrenamiento y conforme pasó el tiempo, el método delahuertista fue dando resultados. Algo de admirar fue que De la Huerta nunca se interesó por el dinero de Caruso, ni sacó provecho de su nombre para beneficio propio.

Caruso y don Adolfo.
Fotografía: Adolfo de la Huerta (izquierda) con uno de sus alumnos de canto, Enrico Caruso jr. (Fotografía: New York Daily News Archive-Getty Images).

Por fin llegó el momento en que Caruso Jr. soltó una voz espectacular. Esto atrajo la atención de Manuel Reachi, productor en jefe del departamento hispano de la Warner Brothers, donde se producían películas como panqueques. Reachi quería producir una película sobre la vida de Álvaro Obregón y contratar a De la Huerta como consultor. Pero, después de escuchar al alumno del maestro y de saber quién era, dejó a Obregón de un lado y se propuso hacer una película alrededor de la voz de Caruso Jr. Vendió la idea y le consiguió un contrato al joven italiano.

La carrera de Enrico Caruso Jr. subió como la espuma, filmando películas, dando conciertos, grabando discos y codeándose con artistas como Ginger Roger, Dick Powell o Dolores del Río, hasta que un día, sin decir agua va, dejó todo para regresarse a Nueva York “a hacer un negocio”. Otra de sus “carusadas”, dijeron unos.

Nadie supo nada de él, hasta que en 1941 De la Huerta recibió una carta suya confesándole que el negocio de las enciclopedias ya no era lo mismo, por lo que mejor regresaba al negocio de las medias para dama, aunque tenía planes de regresar a la artisteada. Al final de todo, después de la guerra, Enrico Caruso Jr. se cambió el nombre a Henry De Costa y fue jefe departamental de un almacén, hasta su muerte en 1971, a los ochenta y dos años.

La familia De la Huerta regresó a México en 1935. Don Alfonso todavía desempeñó algunos puestos públicos para Ávila Camacho y Miguel Alemán, hasta su muerte, en 1955, de causas naturales.

Al que no cante –decía don Alfonsolo haré cantar; al que ha perdido la voz haré que la recupere, al barítono lo convertiré en bajo y al bajo en tenor…, promesa que el maestro del bel canto y ex presidente siempre cumplió.

Más columnas del autor:
Todas las columnas Columnas de

7 respuestas a “El bel canto de don Adolfo”

Deja un comentario

Lo que opinan nuestros lectores a la fecha

Más de

Voces México